Lectores de “La Croix”

Lectores de “La Croix”
Lectores de “La Croix”
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Esta columna es para decirles lo feliz y conmovido que estaba de hablar con ustedes durante dos años. Cuánto me llevaron, a veces me sacudieron, me hicieron pensar y siempre me interesaron, conmovieron, abrumaron sus reacciones. Te confié, mi vida, mi estado de ánimo, mis pensamientos sobre la actualidad, confié en ti y tú confiaste en mí. Te hablé de mis miedos, de mis deseos, de mis vacaciones, de mis hijos, de mi visión del mundo, y recibiste con gracia estas confidencias.

En tus cartas me revelas lo que te molesta, lo que te repugna o lo que te molesta, y a veces nos comunicamos como viejos amigos, como una familia, aunque no nos conozcamos. Formamos vínculos, abordamos muchos temas que nos afectaban, nos conectamos con lo esencial a través de este diálogo fructífero y logramos, juntos, superar este mundo de virtualidad que nos deshumaniza y nos quita la mente y el alma. Lo que nos reduce a algoritmos y objetos de consumo, que nos arrastra a un flujo incesante de notificaciones con el único fin de recopilar nuestros datos, que nos empantana en un tecnicismo que ya no somos capaces de dominar y que nos lleva por mal camino en un bosque. digital, somos los Pulgarcitos soñadores.

Nos rebelamos, escribimos, decidimos decir lo que somos, revelar nuestros gustos y nuestras ideas, pero voluntariamente, no a través de una colección sórdida en un espacio que representa más un valor comercial que una comunidad real, en el que nos estamos ahogando. día tras día, y esto es sólo el comienzo, dado el impacto que representa la llegada de la inteligencia artificial.

No eres artificial, eres de carne y hueso, existes, vives en casi todas partes. Me escribiste, e incluso muchas cartas que guardé cerca de mí como talismanes, y que a veces releo, ya que las cartas tienen ese encanto de poder ser desdobladas y releídas, redescubiertas sin cesar, de año en año: me dices tu historia, me hablas de recuerdos de infancia, de tu trabajo y de tu relación con la escritura, y tienes noticias mías. Con escritura humana, real, bañada en la tinta de vuestras vidas, os habéis convertido en padres para mí, padres de la humanidad. Me enviaste fotos, tarjetas e incluso regalos, que coloqué alrededor de mi escritorio.

Durante dos años, sin darme cuenta, me cargaste, transportado por tus reflexiones profundas, sinceras y entusiastas. No siempre es fácil escribir porque estás solo la mayor parte del tiempo: nadie te felicita cada vez que escribes una frase. Todos los martes sostuviste mi pluma, apreciando lo que escribí, me diste alas para mejorar y completar mis proyectos.

Continué el intercambio con algunos de ustedes y es por eso que hoy quisiera darles las gracias. Gracias mis hermanas, que son mis hermanas. No te conozco pero en pocas palabras te amo. Gracias también a todos los que no estuvieron de acuerdo y lo expresaron. Gracias a los que estuvieron y lo dijeron, mejor que yo, en mensajes que me hicieron sonreír, que me hicieron feliz, que me hicieron llorar de alegría. Gracias por leer, comprender, comentar. Confié en ti, confié en ti porque los lectores de La Cruzsin saberlo, formas una comunidad de buenas personas.

Patrick, Claude, Siong, Nathalie, Jean, Isabelle, Yves, Cécile, Bernard, Hélène, Jean-Louis, mi hermana Clothilde, Georges, Xavier, Jean-René, Marie-Antoinette, Marie, Arthur, Michel, Hubert… Escribiste cosas tan hermosas que las guardo, preciosamente, en mi corazón. Ustedes, lectores de La Cruz, no seáis lectores como los demás. Sin saberlo, habéis creado una comunidad real, no esas comunidades de amigos virtuales que sólo tienen el nombre, no una comunidad en el sentido religioso del término, aunque la religión esté presente en vuestros corazones, sino una comunidad de espíritu, de aquellos que se atreven a pensar, amar, meditar y creer.

Merci Christophe, merci Fabienne, de m’avoir donné cette chance de vous connaître, de les connaître, et de se consoler dans ces années difficiles de violence et de haine, et merci d’avoir su conserver cet îlot de franchise, de dialogue, de réflexions intactes, cet espace qui nous permet de respirer : la lecture, l’écriture, la culture nous sauvent de ce monde souvent désespérant et de plus en plus angoissant, de ces dérives sectaires où la religion en perd son sens, mais hélas pas su nombre. Estos valores que os sustentan constituyen la base de la transmisión, que es el corazón palpitante de nuestras vidas. ¡Continuemos el intercambio!

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