En una saga política y judicial que ilustra por sí sola los excesos de la gobernanza local en Marruecos, Abdelouahed Khallouki, ex presidente del consejo provincial de Sidi Slimane y figura destacada del Partido Unión Constitucional (UC), vio su camino caer en el tumulto.
De hecho, acusado de delitos graves que van desde la formación de una banda criminal hasta la corrupción, pasando por el despilfarro de fondos públicos y el tráfico de influencias, se encuentra hoy prófugo tras haber sido condenado a diez años de prisión por el Tribunal de Casación. Recién confirmado hace unos días. Este expediente, emblemático de los desafíos de moralizar la vida pública y política, revela las fallas evidentes de un sistema plagado de mala gestión e impunidad.
Una moralización todavía en estado de ilusión
El caso se remonta a 2015, cuando Khallouki fue acusado de actos tan graves como estafa, fraude y robo, en el marco de un escándalo conocido como “Euro Gang”, relacionado con la falsificación de euros. Tras una primera sentencia absolutoria en 2022, el Tribunal de Apelación de Kenitra finalmente aumentó la pena en enero de 2024, elevando la pena a diez años de prisión. A pesar de la prohibición de salir del territorio y de la confiscación de su pasaporte, Khallouki logró escapar a Francia, desafiando así a las instituciones judiciales y poniendo en duda el rigor de los mecanismos de vigilancia.
Khallouki, que se dijo “meskine” “sorprendido y asombrado” por la confirmación de su sentencia de casación, acusa de implacabilidad judicial, que atribuye a un conflicto político con una personalidad influyente en la región. Esta declaración, si bien busca desviar la atención, pone de relieve los juegos de influencia y las alianzas conflictivas que siguen dominando el panorama político marroquí.
El asunto Abdelouahed Khallouki es sólo la punta del iceberg en una región tristemente célebre por sus recurrentes escándalos políticos. Bajo su mandato, la gestión del consejo provincial estuvo marcada por acusaciones de deterioro de los bienes públicos, falsificación de documentos oficiales y corrupción endémica, males todos que conducen a la decadencia de las instituciones locales.
Sidi Slimane: un espejo de los abusos locales
Los desilusionados residentes de Sidi Slimane han denunciado durante años una gobernanza opaca, en la que los proyectos a gran escala siguen siendo promesas incumplidas. La infraestructura pública está en un estado lamentable, los fondos dispersos desaparecen en circuitos nebulosos y los funcionarios electos parecen más preocupados por sus intereses personales que por el desarrollo de su ciudad.
Khallouki, como miembro influyente del buró político de la Unión Constitucional, es el símbolo de una élite política desconectada, que navega entre la corrupción y la impunidad. Sus funciones como presidente del consejo regional y tesorero de su partido le ofrecieron una plataforma de poder, que habría utilizado no para servir a la comunidad, sino para establecer sus propios intereses.
El rechazo de su apelación, que debería haber sellado su suerte, desembocó finalmente en una fuga increíble. Si bien los tribunales marroquíes se enorgullecen de fortalecer su lucha contra la corrupción, este caso pone de relieve disfunciones sistémicas en la aplicación de las decisiones judiciales. ¿Cómo pudo escapar un hombre al que se le había prohibido salir del país? Las zonas grises que rodean este asunto plantean dudas sobre la eficacia de los mecanismos de control y la posible existencia de complicidad interna.
Este asunto reaviva el debate sobre la necesidad de moralizar la vida pública en Marruecos. Sidi Slimane, escenario de repetidos escándalos, ilustra perfectamente los males que asolan la política local: gestión desastrosa, opacidad en la adjudicación de contratos y falta de rendición de cuentas de los cargos electos. Mientras la población exige más transparencia y una mejor gestión de los recursos públicos, los líderes políticos parecen navegar en un clima de impunidad, alimentado por alianzas y políticas económicas dudosas.
Huida, último desafío ante la justicia
El fracaso de la gobernanza en Sidi Slimane es un microcosmos de los desafíos que enfrenta Marruecos a nivel nacional. La moralización de la vida pública requiere reformas estructurales, pero también una aplicación estricta de las leyes y un control reforzado de las finanzas públicas.
El asunto Abdelouahed Khallouki es una llamada de atención para Marruecos. Si el país aspira a modernizar sus instituciones y fortalecer el Estado de derecho, no puede permitirse el lujo de tolerar casos de corrupción y mala gestión. Sidi Slimane, a pesar de su legado de escándalos, podría convertirse en un laboratorio de reformas si se toman medidas valientes para limpiar la gobernanza local.
La huida de Khallouki no es sólo un fracaso judicial, es un símbolo de desconfianza hacia las instituciones marroquíes. Para restaurar la confianza de los ciudadanos, es urgente implementar una política de tolerancia cero hacia la corrupción y reemplazar el interés público en el centro de la acción política.