El caparazón permite a la tortuga camuflarse y protegerse, pero al mismo tiempo también frena fuertemente la evolución de su especie. Así lo demuestra un estudio reciente de la Universidad de Friburgo, cuyos resultados se publicaron en la revista “Ecology & Evolutions”. Mientras que las extremidades de otros animales crecen y se adaptan según su tamaño corporal, los investigadores observaron que las tortugas tenían una proporción fija entre el tamaño de su cuerpo y la longitud de sus extremidades.
“Las mediciones que hemos realizado en más de 200 especies, vivas o extintas, muestran que la relación entre la longitud del caparazón y la de las extremidades prácticamente no ha cambiado durante millones de años”, explica Guilherme Hermanson, estudiante de doctorado y coautor del estudio. Lo que llevan a la espalda actúa, por tanto, como un “callejón sin salida evolutivo”. Les impide desarrollar nuevas formas corporales, como variedades aladas o sin extremidades. Hoy en día, sólo existen alrededor de 350 especies de tortugas, mientras que hay más de 10.000 especies de aves.
Sin embargo, las tortugas marinas muestran ligeras variaciones, porque utilizan sus aletas delanteras para moverse en el agua. Sin embargo, no pueden alcanzar un tamaño mayor al que conocen hoy en día, ya que deben regresar a poner sus huevos en tierra firme. En tierra, su temperatura corporal aumenta rápidamente, lo que provoca efectos en su propio cuerpo. Los animales marinos extintos no tenían esta limitación. Daban a luz a sus crías en el agua y así podían alcanzar tamaños mucho mayores.
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