El último censo de 2024 revela una realidad demográfica preocupante en Marruecos: un éxodo rural sin precedentes, con casi dos millones de marroquíes que han abandonado el campo durante la última década. Esta migración masiva es una señal que refleja los límites de las políticas agrícolas actuales, a pesar de los esfuerzos del gobierno para apoyar a los agricultores y revitalizar la economía rural.
La disminución de la población rural es un fenómeno que afecta a varias regiones del Reino. En el norte, la región Tánger-Tetuán-Alhucemas vio disminuir su población rural de 1.425.000 a 1.391.000 habitantes entre 2014 y 2024. En el este, las cifras también disminuyen, de 800.000 a 788.951 habitantes. Fez-Meknes registra un descenso similar, de 1.672.000 a 1.612.545 habitantes, mientras que otras regiones como Béni Mellal-Khénifra y Drâa-Tafilalet también experimentan una reducción significativa de su población rural. Esta tendencia, que se asemeja al exilio forzado, demuestra la incapacidad de la política agrícola para frenar los profundos cambios socioeconómicos que afectan a las zonas rurales.
Las causas de este éxodo son múltiples y se combinan para pesar fuertemente sobre los habitantes del campo. El sector agrícola marroquí sufre repetidos reveses desde hace varios años. Los últimos seis años consecutivos de sequía han sacudido la agricultura de subsistencia, poniendo en peligro la seguridad económica de las familias rurales. La pandemia de Covid-19 ha debilitado aún más a estas comunidades, seguida de una inflación galopante que ha erosionado el poder adquisitivo de hogares que ya eran precarios. Las ciudades, por su parte, parecen ser polos de atracción para una población que busca mejores oportunidades económicas. Las estadísticas actuales revelan que la población urbana asciende a 22.969.999 personas, mientras que en las zonas rurales viven 13.710.179 personas. Esta dinámica refuerza el contraste entre la vitalidad económica de los centros urbanos y el empobrecimiento de las zonas rurales, creando una división cada vez más profunda.
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A pesar de los esfuerzos de las autoridades para apoyar a los agricultores y revitalizar el campo, con programas de subsidios para la compra de semillas, fertilizantes y equipos agrícolas, así como inversiones en riego y mejoras de infraestructura en las zonas rurales, los resultados siguen siendo mixtos. Estas medidas enfrentan desafíos estructurales. Las pequeñas explotaciones, que constituyen la mayor parte de la agricultura marroquí, están luchando por lograr una rentabilidad suficiente para hacer frente a los peligros climáticos y económicos. La fragmentación de la tierra, la obsolescencia de las técnicas agrícolas y la falta de acceso a la financiación dificultan el empoderamiento económico de los agricultores. Al mismo tiempo, los subsidios estatales no siempre compensan las pérdidas causadas por la sequía o las fluctuaciones en los precios de los productos agrícolas. La ayuda gubernamental, por su parte, aunque esencial, a menudo sigue siendo insuficiente para afrontar el desafío de la sostenibilidad agrícola y evitar una dependencia cada vez mayor de las importaciones de alimentos.
La modernización del sector agrícola, propugnada por las autoridades, es todavía un proceso demasiado lento para frenar la migración rural. La infraestructura básica, como carreteras, escuelas y centros de salud, aunque ha mejorado, sigue siendo limitada en muchas zonas remotas. Esta situación contribuye a la precariedad de las condiciones de vida y al aislamiento de las poblaciones rurales, fomentando su salida a las ciudades. La disminución de las tasas de fertilidad acentúa esta tendencia demográfica. Si antiguamente las familias rurales tenían entre seis y diez hijos, la reducción de la tasa de natalidad ha provocado que estas cifras bajen en las últimas décadas, reduciendo la población de trabajadores potenciales en el campo y debilitando aún más la sostenibilidad de la agricultura familiar.
Esta situación ha llevado a los expertos a abogar por la diversificación de las fuentes de ingresos en el campo para reducir la dependencia de la agricultura. Las iniciativas en materia de ecoturismo, artesanía y promoción de productos locales podrían ofrecer nuevas perspectivas a los jóvenes rurales y frenar su éxodo hacia las ciudades. Además, los programas de formación y educación profesional adaptados a las necesidades de las poblaciones rurales podrían permitir una mejor integración de los jóvenes en los sectores agrícolas o paraagrícolas.
Por tanto, la situación actual exige que el Gobierno reforme su política agrícola teniendo en cuenta las especificidades locales y las aspiraciones de las poblaciones rurales. El establecimiento de una verdadera descentralización económica, acompañada de medidas de incentivo para los jóvenes y las mujeres, también podría fortalecer la resiliencia de las zonas rurales frente a las crisis económicas y climáticas.