Venezuela: cocineros, pescadores y hoteleros víctimas del acoso contra la oposición

Venezuela: cocineros, pescadores y hoteleros víctimas del acoso contra la oposición
Venezuela: cocineros, pescadores y hoteleros víctimas del acoso contra la oposición
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Venezuela: cocineros, pescadores y hoteleros víctimas del acoso contra la oposición

Tres hermanas vieron su restaurante cerrado administrativamente por las autoridades apenas unas horas después de la llegada de la líder opositora María Corina Machado, en campaña para las elecciones presidenciales del 28 de julio en Venezuela.

La oposición denuncia persecución y acoso contra los locales utilizados por sus representantes.

“CERRADO”, se lee en una pegatina del Seniat -las autoridades fiscales venezolanas- en la pared del establecimiento de Corina Hernández y sus hermanas Mileidis y Elys Cabrera, en Corozopando, un aislado pueblo de unos 600 habitantes en el estado de Guárico (centro), que se ha convertido en un símbolo de resistencia contra el poder y ahora es famoso en las redes sociales.

“Hasta el final”, podemos leer en un pequeño cartel escrito a mano colocado justo debajo del panel de sanciones: uno de los lemas que Machado lanza regularmente a su audiencia.

Declarada no elegible por quienes están en el poder, expresó su determinación de llegar “hasta el final” para vencer al presidente saliente Nicolás Maduro e hizo campaña incansable a favor de Edmundo González Urrutia, un diplomático desconocido a quien designó como su reemplazo.

“Corozopando con Venezuela”, “Con María Corina”, “Contigo” o “Libertad”, volvieron a escribir simpatizantes.

Este cierre por motivos administrativos no sorprende a la oposición: al menos cuatro hoteles en los que se ha alojado Machado en los últimos meses han sido objeto de sanciones similares.

Y a un pescador del vecino estado Apure, Rafael Silva, 49 años, padre de dos hijos, le confiscaron una embarcación: ¿su delito? Hacer que la señora Machado cruzara en un barco porque partidarios del partido gobernante estaban bloqueando un puente para impedirle asistir a una reunión. Terminó huyendo del país por miedo, dice su esposa Yusmari Moreno.

Corina Machado recorre todo el país en automóvil, ya que las autoridades prohíben volar.

Así llegó a la tienda de la señora Hernández el pasado 22 de mayo, en Corozopando, paradero de la vía Apure.

“No sabíamos que vendría”, dice a la AFP Corina, de 43 años. “Creo que nos cerraron porque tuvimos la visita de María Corina. Es un poco injusto porque recibimos a todos los que vienen”.

– “Abuso de poder” –

Los agentes del Seniat llegaron apenas media hora después de finalizar el servicio a este modesto restaurante equipado con un viejo fogón y un frigorífico remendado con trozos de cartón y cinta adhesiva.

“Hace 20 años que el Seniat no viene aquí”, lamenta Corina, que vende empanadas de harina de maíz a un dólar cada una. “Nos pidieron una máquina de impuestos (impresión de facturas oficiales) que cuesta alrededor de 1.500 dólares y que pagáramos una multa de 300 dólares”.

Preguntado por la AFP, el Seniat no respondió de inmediato.

Aunque temen posibles represalias, las hermanas han vuelto a vender desayunos en cuatro mesas del patio, a la sombra de una frondosa quenette.

Rebaños de vacas pasean tranquilamente por el camino de esta región de los Llanos, las grandes llanuras venezolanas surcadas por ríos, arroyos, lagos y pantanos, celebradas por los grandes escritores venezolanos Arturo Uslar Pietri o Rómulo Gallegos.

No hay electricidad, pero en la cocina oscura y brumosa el trabajo continúa: Corina extiende la masa y rellena las empanadas que luego se fríen en un caldero. Su tía Nazareth Mirabal corta pollo en rodajas, su hermana Elys y su sobrino Aarón atienden a los clientes.

Desde el cierre administrativo de 15 días, muchos viajeros se han detenido para tomar fotografías y expresar su apoyo. Algunos dieron ingredientes para hacer las empanadas, otros se ofrecieron a pintar las letras descoloridas de la fachada.

“Es un abuso de poder”, dijo uno de estos visitantes, Raúl Pacheco, de 42 años, después de fotografiar los famosos carteles.

Y desde entonces los pedidos se han disparado. La familia preparaba 500 empanadas, más de 60 por día, cuando antes no vendían más de diez.

Muchos los compran para consumir en otros lugares o se los regalan a vecinos del lugar, como Johana Corona y sus siete hijos, que viven en una choza de chapa, barro y madera, no lejos de la tienda.

“Mi situación es tan mala que a veces no tengo suficiente salado (carne), queso y mantequilla” para la tradicional arepa (tortita de maíz), explica esta mujer de 30 años que dice estar “muy agradecida” por la generosos donantes y la nueva notoriedad del restaurante vecino.

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