¿Qué es lo peor de ser entrenador? ¿Estar al final del ciclo y no encontrar las palabras adecuadas para galvanizar a un grupo que ya no responde? ¿O perder, semana tras semana, sin poder (realmente) identificar lo que está mal?
Acurrucado en su avión de regreso de Turín, pep guardiola Probablemente deba arrancarse los pocos pelos que le quedan mientras se hace la pregunta. ¿Tiene la respuesta? Probablemente no. E incluso si lo tuviera, conociendo al chico, no estaba seguro de querer admitirlo ante sí mismo. El orgullo inalterable de un pavo real que, incluso cuando pierde plumas, mantiene la cabeza en alto. Cuestión de principios, sin duda. ¿Pero por cuánto tiempo más?
El miércoles por la noche, contra la Juventus (2-0), el Manchester City, tan hambriento de victorias en los últimos años, volvió a mostrar un rostro que conocemos muy bien desde hace varias semanas: el de un gigante tembloroso, que duda, que duda y que busca por sí mismo.
Los números lo demuestran: 12 remates, varias ocasiones claras pero 0 goles. Dos goles encajados en el mismo partido… por novena vez en los últimos 10 (!) partidos. El coro se repite y duele. Desde principios de noviembre, el City incluso ha tenido la peor defensa… de los cinco grandes campeonatos.
Obviamente, abundan las preguntas. ¿Qué diablos pasó para bloquear, a estas alturas, los engranajes que hasta entonces giraban a toda velocidad? En modo de autoflagelación estas últimas semanas, pep guardiola Cambió de tono en una conferencia de prensa. Entró en modo Coué. ¿Para intentar convencerse de que basta una pequeña sacudida, un SOS, para que la máquina empiece a moverse de nuevo? No estamos lejos de estar convencidos de ello: “Jugamos bien, jugamos muy bien. Nos perdimos el último pase, la última acción. Estoy muy orgulloso de los jugadores, lo dan todo, lo intentan”. proclamó, con fingida convicción, tras la derrota contra Turín.