Por Hassan Alaoui
¿Nos sorprende otro Mohammed VI? La Web, que quiere dejarse seducir –y eso es quedarse corto–, está explotando tras la publicación de una serie de fotografías e imágenes del Rey en París, primero solo, luego con sus hijos, los príncipes Moulay El Hassan y Lalla Khadija. Estas imágenes, de natural sencillez, corren como la pólvora en las redes sociales y nos hablan del apego a un Rey excepcional por su modestia, su fuerza emblemática, su popularidad, esa imagen distintiva que tiene de ser ante todo un hombre sin pretensiones y un ciudadano…
La Web, que hoy es lo que es el espejo de aumento de una determinada cosmología planetaria, corre a toda velocidad porque refleja la nueva dimensión del doble efecto: la celebridad y la proximidad. Esta formidable red, a veces despiadada o incluso maliciosa, se apodera de la imagen de Mohammed VI, él mismo y quizás contra su voluntad, vestido a la moda de la época – por supuesto ropa – encarna los criterios de lo que Roland Barthes describió como el “ Sistema de moda » en su libro parabólico del mismo nombre.
En París, la imagen es impactante, un Rey que toma por sorpresa a todo el ámbito mediático. Está de nuevo allí, y no sólo ante las narices de todos aquellos que le creyeron – tan rápidamente en acción – borrados de escena, dedicándose a. él transmisiones de tambores y hasta juicios inquisitoriales, imperturbables, incomparables y señoriales. Nos da la medida del tiempo que domina y yo diría que crea para el resto de nosotros. A sus sesenta y un años, no es el hombre de la edad que uno estaría tentado de conferirle o que estaría tentado de fingir, su rostro se ha relajado contra todo pronóstico, ganando en serenidad – todo en torno a la felicidad de sus hijos , su familia, es un hombre desafiante, su relevancia está casada con la jovialidad que nunca ha dejado de abandonar. Este Rey que nunca dejó de conquistar corazones no tiene equivalente ni ejemplo. Él es simplemente Real.
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Es incomparable, como es cierto que su presencia cotidiana, física, social, oficial, popular, humana en definitiva, es un desafío a la elegancia moral, a esta estética cultivada en lo más profundo de un imperio y a esta educación donde el La palabra clave es un imperativo incandescente de proximidad a su gente. El reinado de Mohammed VI es, háganoslo saber, una larga carrera por su patria y su pueblo, consigo mismo y contra los atavismos. Él es el ejemplo de resistencia, a veces incluso con el rostro tenso ante el sufrimiento, pero nunca de renuncia a cargas y responsabilidades.
Y cuando nos ofrece, me refiero a su pueblo, imágenes de toda sencillez, es nuestro corazón el que se hincha y respira. Él está ahí, siempre retorcido con una serenidad inconmensurable, dominando para nosotros el tiempo de preocupación y esta angustia sideral que los enemigos de nuestra patria se esfuerzan y trabajan por alimentar en ciertas mentes infelices. Su influencia es la nuestra, un camino de trashumancia, más que nunca es el Hombre, antes que el Rey, amistades espontáneas y diversas. Es un hombre liberado y desinhibido, un ciudadano como nunca antes lo había sido. Más cerca de la gente, en Europa, en África, dondequiera que esté, su principal preocupación es informarse sobre las condiciones de las poblaciones, compartir…
En cierto sentido, él es hoy lo que podemos llamar un “hombre de silencio”, prescribe, guía y dirige, es nuestra fuerza y nos da vida.