El Papa recibió en audiencia a los voluntarios y sin techo del grupo Begegnung im Zentrum de Viena y recordó que la ayuda es también “una simple sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito”
Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano
Somos hermanos y hermanas, somos hijos de un solo Padre, esto nos une a todos”. Es lo primero que Francisco subrayó a los voluntarios y sin techo del grupo Begegnung im Zentrum, llegados de Viena para encontrarse con él y recibidos en audiencia en la Sala de los Papas del Palacio Apostólico. Un grupo de personas de varias nacionalidades y diferentes confesiones religiosas que se unen para ayudarse mutuamente y compartir “lo que cada uno puede ofrecer”. Una realidad de la que el Papa se alegra, destacando cuánto se enriquece uno en comunidad.
No es verdad que unos dan y otros sólo reciben: todos somos dadores y receptores -todos-, nos necesitamos unos a otros y estamos llamados a enriquecernos mutuamente. Y recordemos que esto no ocurre sólo con los dones materiales, sino también con “una simple sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito.
Hacerse don para los demás
En su breve saludo, Francisco nos exhortó a “amarnos unos a otros como Él nos ha amado” y a dar gracias a Dios “por el don de su amor, que nos llega también a través de las personas buenas que nos rodean”.
El Señor nos ama más allá de todos los límites y dificultades. Cada uno de nosotros es único a sus ojos y Él nunca se olvida de nosotros.
Y antes de despedirse, el Papa dirigió a todos otra invitación, la de buscar siempre, “como hermanos y hermanas”, hacer de la propia vida “un don para los demás”.
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