Alfafar (Valencia)Cuando le comunican la muerte de su amigo, Vicente se esconde detrás de unos coches y llora. Esta historia, vivida en directo por este periodista a los cinco minutos de llegar a Alfafar, junto a la damnificada Paiporta, refleja el drama que se vive en la Comunidad Valenciana cuatro días después de las inundaciones. La historia comienza con un policía local de Salou que está vigilando un cordón policial. Hace dos días que ha llegado de voluntario. Protege una actuación de la Unidad Militarizada de Emergencias (UME). Con una bomba están vaciando el agua de un parking subterráneo de dos plantas. En la primera podían estacionar los clientes de un supermercado Consum. En la segunda, los vecinos. El martes quedó cubierto de agua en un cerrar y abrir de ojos, y este sábado han podido acceder a la primera planta.
Los augurios no eran buenos. Este viernes, cuando el UME empezó a vaciar el subterráneo, se presentaron varias personas diciendo que sus familiares estaban comprando ese día en el Consumo y que no sabían nada de ellos. Los malos presagios se confirman cuando efectivos de la Guardia Civil se ponen un traje de buceador. Hay muertes. Entran y están una hora. Cuentan que el agua les llega a las rodillas y que la segunda planta es inaccesible, que todavía está completamente inundada. Hay una cincuentena de plazas por planta.
Vicente lo mira desde la distancia. “No puedo parar de pensar”, explica. En su cabeza reproduce todo lo que sucedió el martes en ese aparcamiento. Él, vecino de a pie, aparca el coche en la segunda planta, la reservada por residentes. “No eran ni las siete de la tarde y nadie nos dijo que nos quedáramos en casa. Miré el cielo y, como no llovía, fui a coger el coche”, comenta. Estaba al principio de la rampa de salida, a punto de marcharse, cuando llegó la tromba de agua. “El coche saltó y picó con el techo”.
Con 64 años, Vicente salió por la ventana y se agarró a los cables de al lado. “Estaba flotando, sólo podía sacar la cabeza del agua y me tocaba en el techo”, recuerda. “Si no me hubiera cogido a los cables habría muerto”, dice. El horizonte era la señal que marcaba la altura máxima de los coches: si llegaba ahí podría sobrevivir. Él gritaba: “Auxilio, auxilio”. Y oía voces de los conductores que tenía por delante en la rampa, que habían logrado salir. Por último, lo consiguió. “He vuelto a nacer”, celebra.
Procesión de la muerte
Pero Vicente se lamenta poco después: “Fui el último en salir, nadie más pudo”. En ese momento ya sabemos que al menos hay un cadáver en el interior del aparcamiento. Los siguientes pasos son una procesión de la muerte. Cruz Roja lleva unas mantas. No son por la esperanza de encontrar supervivientes, sino por los efectivos de la Guardia Civil que se han zambullido en el interior. Los vecinos salen a los balcones y agentes de la Policía Nacional les piden que entren. La calle está llena de obstáculos cubiertos de barro. Los policías gritan a los voluntarios: ellos no lo saben, pero están abriendo camino para que puedan entrar los servicios funerarios.
Vicente está convencido de que el cadáver que han encontrado es de un amigo suyo. Son vecinos, y su coche estaba justo detrás del suyo, al inicio de la rampa, listo para salir. “Pero detrás de mí no salió nadie más”, reitera. Este hombre (ARA prefiere no decir su nombre porque la muerte aún no ha sido comunicada a la familia) está desaparecido desde el martes, y Vicente insiste en que le vio nítidamente haciendo cola detrás suyo para salir.
Llegan los forenses. Llegaron el miércoles desde Murcia, admiten que no paran y que todavía hay muchos sitios como el parking del Consumo por explorar. Dicen que las principales causas de muerte por la gota fría son los ahogamientos y la ingesta de barro. Y uno de los principales problemas que se encuentran es que, para llegar de un sitio a otro, hay muchas colas.
Salen los buceadores de la Guardia Civil. El jefe de la unidad conversa con los forenses y la policía científica. Realiza el número uno con el dedo. Cuando acaban, lo primero que hace Vicente es acercarse. Las malas noticias, aunque estén asumidas, no dejan de ser fatales cuando se corroboran. El agente le confirma educadamente el descubrimiento, pero le pide, por favor, que no diga nada a nadie, que la familia debe saberlo por medios oficiales. Todavía queda toda una planta invadida por el agua. Es ahí cuando Vicente se esconde detrás de unos coches y llora la muerte de su amigo.