¿Es de extrañar que Robert Smith esté resucitando la discografía de su banda, The Cure, en vísperas del Día de los Difuntos? Podríamos interpretar la salida, el 1es noviembre, el Canciones de un mundo perdido como un guiño del cantante a su condición de príncipe del rock gótico. Pero este Día de Todos los Santos está sobre todo en sintonía con un decimocuarto álbum impregnado de luto y atronador de oscuridad.
Entramos lentamente, como siguiendo un cortejo fúnebre bajo un cielo tormentoso. Después de más de tres minutos de majestuoso cortejo instrumental, una voz lastimera, reconocible entre todos, nos da la bienvenida al Solo : “Es el final de cada canción que cantamos. (…)/ Brindamos, con posos amargos, por nuestro vacío”. Hacía mucho tiempo que Robert Smith no lloraba con tanta clase.
Dieciséis años separan este disco de su predecesor, 4:13 Sueño. Anunciado regularmente desde finales de la década de 2010, este nuevo capítulo, siempre poco convencional, se convirtió en uno mordaza corriente. ¿Un vértigo se apoderó del líder de Cure al momento de satisfacer esta expectativa, recordando las decepciones provocadas por sus últimos álbumes? Desde el éxito de Desintegraciónen 1989, la calidad de las grabaciones se había desgastado hasta convertirse en una caricatura, inconexa Desear (1992) hasta lo más insignificante Cambios de humor salvajes (1996), La cura (2004) o 4:13 Sueño (2008), flores de sangre subiendo un poco el nivel, en 2000.
Conciertos potentes y generosos
Sin embargo, durante los últimos dieciséis años, The Cure no ha desaparecido. Smith se dedicó a copiosas reediciones de su antiguo catálogo. El grupo, sobre todo, siguió ofreciendo una presencia escénica (250 conciertos desde 2008) cuyo impacto nunca dejó de impresionar. Incluso mejorados con el tiempo, como la gira “Shows of a Lost World”, iniciada en mayo de 2023, estos conciertos poderosos y generosos –casi tres horas de espectáculo– nos permiten celebrar la consistencia excepcional de un repertorio. Y para medir la importancia de este grupo nacido en 1978, que da forma, como pionero del postpunk, a nuevos sonidos y estribillos que hacen eco de las desilusiones y obsesiones autodestructivas de un líder capaz de admitir sus fragilidades.
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Un grupo que también se ha reinventado al ritmo de épocas a veces frías (Diecisiete segundosen 1980) y contemplativa (Feen 1981), a veces apocalíptico (Pornografíaen 1982) o –casi– lúdico (La cabeza en la puertaen 1985), Robert Smith fue construyendo poco a poco este personaje de pelo negro salvaje, maquillado con rímel y lápiz labial corrido. Una mirada icónica de la que en ocasiones parecía prisionero.
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