A primera vista, sus dibujos y pinturas nunca están firmados. Pero si te fijas bien, una A como una piedra, una V como una brizna de hierba, una R que se estira y una I que se pierde, seguida de una L alargada como una hoja caída de un árbol, se desliza hasta el fondo de sus páginas. De hecho, François Avril no tendría necesidad de añadir su nombre a sus obras. Tiene un estilo.
“Todo lo que dibujo no existe”
Un estilo real, refinado y único, a la vez nítido y ligero, que sólo le pertenece a él. En lápiz o pincel, su toque es tan ligero que uno podría creer que se trata de recortes de papel, al estilo de Matisse. Es, en realidad, su línea la que se lanza, luego corre y se rompe en el borde del lienzo. En la playa, y hasta el umbral del horizonte, su universo se despliega en sucesivos apartados en este libro con el título perfecto, “Trait de littoral”. En singular.
“No todo lo que dibujo existe”, confiesa François Avril. Sin embargo, creemos reconocer un faro aquí, una isla allá, un ramo de cipreses o el campanario de una iglesia, pero todo se revisa y se reinventa. Todo parece familiar, pero todo sigue siendo extraño. Porque el pintor añade su cuota de sombra y misterio. El mar a veces es blanco, amarillo, rojo, ocre, gris o verde y, a veces, incluso azul. Una visión fantasiosa de Bretaña, vista por “este artista llamado primavera”, escribe muy bien Jean-Luc Coatalem en el prefacio de este hermoso libro, en formato italiano.
“La ficción es fantástica, es un acelerador de partículas de la realidad”, afirma Coatalem, la escritora de Marine galardonada con numerosos premios, desde el ensayo Fémina hasta los Deux Magots, pasando por el Breizh. François Avril, 63 años, autor de historietas y de una veintena de obras ilustradas, expone en París, Bruselas, Milán, Ginebra y Dinard (35). Sus famosos “324 dibujos”, publicados por la galería Huberty & Breyne, mostraban principalmente paisajes urbanos, de los que aquí se escapa felizmente este bretón adoptado por las Costas de Armor.
“Fueron los cielos plomizo los que me enseñaron sobre la luz”, reconoce. Y luego, en esta costa accidentada, todo queda en perspectiva”. Hasta el punto de que sus dibujos pudieron encontrar nueva vida gracias a la marquetería. Sus casas aisladas, uno de sus temas favoritos, donde sólo un toque de color indica una presencia discreta, lo vinculan sin embargo a los grandes maestros. Recuerdan a Jean-Baptiste Corot y Nicolas de Staël, iluminando sus lienzos con una nota bermellón.
Una línea como una marca en alta mar
“Pensaríamos en Poliakoff con un toque de Sempé. O todo lo contrario”, asegura Coatalem, sin duda por las zonas planas de color y la línea clara. “Mi línea negra persiste a lo largo de mi escritura. Ya sea un árbol o una roca”, explica Avril, tan virtuosa con la tinta china sobre papel como con el acrílico sobre lienzo. Tanto en formatos pequeños como en grandes. Por su parte, reivindica más la influencia de Hergé y Moebius para el cómic y la de Hopper y Morandi para la pintura. Su línea es, en última instancia, similar a la marca de la marea alta, que traza, en la playa, una frágil frontera entre la realidad y la abstracción.
“Coastline”, imágenes de François Avril, textos de Jean-Luc Coatalem, ed. Locus Solus, 83 p. 25€