En el Museo Picasso de París se exponen las primeras obras del pintor estadounidense, antes de sus famosos “drippings”. Podemos comprobar en particular la influencia duradera que el maestro español y los surrealistas ejercieron sobre él antes de la afirmación definitiva de su arte.
El 11 de agosto de 1956, a primera hora de la tarde, en una carretera de Springs (estado de Nueva York), Jackson Pollock estrelló su Oldsmobile Starfire contra un árbol. A bordo también murió una joven; sobrevive otra, Ruth Kligman que, desde Willem de Kooning hasta Andy Warhol, se consagrará como musa de toda una generación de artistas revolucionarios. Suficiente para alimentar el mito. La de un “modernismo radicalmente americano” y de un artista, Pollock, único, dotado de una energía irresistible, solitario pero que encarna las aspiraciones de una nación-continente definitivamente liberada de las cargas culturales de la vieja Europa.
Un mito heroico y brutal, sobre el cual las fórmulas “goteo”, “por todas partes”, “pintura de acción” cantan los encantamientos de un culto planetario. Un mito también hábilmente construido, no sólo por críticos como Clement Greenberg, tan interesado en el reconocimiento “popular” de su potro, 
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