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Hay figuras que crecen con el tiempo, como si la distancia revelara su verdadera estatura. Coluche es uno de ellos. Casi cuarenta años después de su muerte, su nombre permanece grabado en la memoria colectiva. Los Restos du Cœur, que creó unos meses antes de su muerte, (todavía) alimentan a millones de personas. La “ley Coluche” permite a los franceses eximir de impuestos sus donaciones a asociaciones caritativas. Decenas de colegios, calles y plazas llevan su nombre. Incluso un asteroide, bautizado “Coluche”, perpetúa su memoria en el espacio. Los cantantes actuales (Orelsan, Sofiane, Soprano, etc.) se refieren a él en sus escritos. Pero, aparte de “Tchao pantin”, ¿quién sigue viendo sus películas, quién escucha sus sketches, tan divertidos en el pasado y hoy irremediablemente anticuados?
Sin embargo, Coluche revolucionó el humor en Francia. Antes de él, la risa todavía estaba en gran medida restringida dentro de las convenciones del music hall tradicional. Con su mono, su lenguaje crudo y sus provocaciones, trajo un viento de libertad a la profesión. Su influencia todavía se puede ver en muchos comediantes contemporáneos y en la sociedad francesa en general.
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El actor era mucho más que un simple animador. Encarnó, mejor que nadie, la figura universal del bufón del rey. El que, con el pretexto de hacer reír, tiene el privilegio de decirle a los poderosos sus cuatro verdades. Una posición única, que le permitió castigar tanto a la izquierda como a la derecha, a los patrones y a los sindicatos, a la policía y a los matones. “No estoy ni a favor ni en contra, todo lo contrario”, resumió en una fórmula que se ha convertido en culto. Esta postura no era sólo una pose. Hijo de un inmigrante italiano y de una florista, criado en los suburbios de París, conocía íntimamente la realidad de las clases trabajadoras. Pero su inteligencia y talento también le abrieron las puertas a las élites intelectuales. Este doble reconocimiento, por parte del pueblo y del establishment, le dio una autoridad moral poco común.
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Su visión intransigente de la sociedad dejó una impresión duradera. Más allá de las risas, sus sketches denunciaban la estupidez, el racismo corriente o la hipocresía de las élites. Su candidatura presidencial, lanzada como una broma, reveló el profundo malestar democrático de su época. Cuando en 1985, en Europa 1, lanzó un llamamiento para ofrecer alimentos a los más pobres, no quiso crear otra asociación caritativa. Con Restos du Cœur, inventa una nueva forma de solidaridad, directa, eficaz y sin complicaciones ideológicas. A los sabios…
Su conciencia social y su libertad de tono hacen de Coluche una figura sin equivalente en el panorama mediático actual. Mientras que el discurso público es cada vez más fluido y estructurado y los comediantes deben elegir su bando, su independencia mental aparece como un modelo inalcanzable. Y los homenajes rendidos a él, cuando este año cumpliría 80 años, delatan sin duda una cierta nostalgia por esta época en la que todavía podíamos reírnos de todo, con todos.
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“Es la historia de un tipo…” que logró la hazaña de ser más popular muerto que vivo. Un tipo cuya ausencia, paradójicamente, ya no hace reír a nadie.
“Coluche inolvidable”
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