Carta del día: homenaje a Jean-Jacques Fiorina

Crans-près-Céligny, 18 de noviembre

Hace algún tiempo nos dejó el ceramista Jean-Jacques Fiorina. Nacido en Céligny, donde sus padres eran profesores, vivió en Le Becquet, enclavado entre campos, viñedos y orillas boscosas del Nant de Pry.

Allí, contiguo a su casa futurista, su showroom, su taller y sus hornos. Profesor de artes visuales en Ginebra durante mucho tiempo, se jubiló anticipadamente para dedicarse a su arte de ceramista, del que se convirtió en uno de los maestros indiscutibles.

Muy hábil a su vez, da a sus piezas, utilitarias o decorativas, formas puras y generosas: ollas curvas, platos acogedores, esferas deliciosas. Además del desarrollo de nuevas formas, como sus molduras de corteza, Jean-Jacques investiga constantemente sobre los esmaltes: colores, apliques, engobes, composiciones.

Centra su investigación, de forma muy científica y sistemática, en la inclusión en sus esmaltes de cenizas vegetales (madera, vid, paja, cola de caballo), cuyos compuestos químicos son revelados por la magia de la llama, en forma de nucleaciones, otorgando a su cerámica un misterioso y onírico aire de cosmos.

Sus numerosas exposiciones, tanto en Le Becquet como en toda la región, lo convierten en una figura artística importante mucho más allá de Céligny.

Apasionado y excitante, con un carácter fogoso, que es lo mínimo para alguien que conocía los 1300°C en su horno de leña, Jean-Jacques Fiorina era jovial, bondadoso, acogedor, curioso por todo, creativo, constantemente habitada por su arte.

Deja un gran vacío, tanto en Céligny como en toda La Côte. Lo que queda es su obra, perenne, mineral y atemporal, tierras metamorfoseadas, por la magia de la llama, en otras tantas porciones del cosmos eterno.

Amigo, gracias! ¡Adiós artista!

Daniel Cevey

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