Por increíble que parezca, millones de toneladas de oro se encuentran en lugares accesibles a todos, en todo el mundo. Sin embargo, su extracción plantea numerosos desafíos técnicos.
El oro ha fascinado a la humanidad durante milenios, simbolizando riqueza y poder. Si bien la mayoría de los tesoros yacen latentes en el corazón de las montañas o en las arenas de los ríos, un secreto insospechado se esconde bajo la superficie de los océanos. Fue mientras exploraban estas profundidades que los científicos hicieron un descubrimiento increíble: los océanos albergan la mayor reserva natural de oro jamás identificada. Y este tesoro es accesible, en teoría, a todos.
Según estimaciones de la NASA, casi 20 millones de toneladas de oro se disuelven en el agua del mar. Para comprender plenamente la importancia de esta formidable reserva, hay que saber que nadie ha recogido, en la historia de la humanidad, sólo unas 200.000 toneladas del precioso metal amarillo. ¡O 100 veces menos! Y si fundiéramos todo este oro en un solo bloque, sólo formaría un cubo de 22 m de lado…. De hecho, en el corazón mismo del núcleo terrestre se encuentra la mayor reserva de oro del planeta: asciende a unos 2 millones de billones de toneladas, según cálculos del geólogo australiano Bernard Wood.
Aunque el oro contenido en los océanos parece imposible de extraer, la información ha despertado el interés de investigadores y empresarios. Las concentraciones de oro en el agua de mar son mínimas, pero se distribuyen en una masa inmensa. Por tanto, la idea de explotar esta riqueza es tentadora, pero los desafíos tecnológicos son considerables. Hasta ahora, extraer estos metales de forma rentable ha sido un desafío. Las técnicas disponibles, aunque sofisticadas, todavía no permiten extraer el oro disuelto a un coste razonable.
Eso no es todo. El fondo del océano también está lleno de otras riquezas mucho más accesibles. En algunas regiones submarinas, particularmente cerca de las dorsales oceánicas, los depósitos de metales preciosos como oro, cobre y plata se concentran en depósitos hidrotermales de sulfuros. Estas estructuras, llamadas “fumadores negros”, liberan minerales desde las profundidades de la Tierra. La exploración de estas zonas ya ha comenzado y las empresas mineras están tratando de sentar las bases para la explotación industrial allí. En 2017, Papúa Nueva Guinea incluso emitió el primer permiso de minería submarina del mundo, allanando el camino para lo que bien podría ser la nueva fiebre del oro.
Sin embargo, esta búsqueda no está exenta de peligros. Los ecosistemas marinos, todavía en gran medida desconocidos, son extremadamente vulnerables. Los expertos temen que la minería submarina, al alterar los ecosistemas locales, pueda causar daños irreversibles. Las especies raras de invertebrados dependen de la química única de los “fumadores negros”, y los científicos luchan por evaluar las consecuencias de tal actividad. Cada año de extracción podría destruir cientos de kilómetros cuadrados de hábitats marinos, alterando complejas cadenas alimentarias.
Por tanto, la cuestión de si la explotación de estos recursos es sostenible sigue abierta. Aunque el potencial económico es inmenso, el impacto medioambiental podría ser igualmente significativo. Antes de lanzarnos de lleno a esta nueva aventura industrial, es necesaria una reflexión sobre los límites que deben ponerse para proteger estos ecosistemas. El mayor tesoro de nuestro planeta azul es quizás el que aún no hemos aprendido a preservar.
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