En la unidad para presos violentos de Fleury-Mérogis, “falta de asesinato” y ganas de huir: Noticias

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“A veces, cuando me levanto por la mañana, tengo un poco de hambre de asesinato”. Colombo tiene sólo 22 años pero, como los demás presos de la Unidad para Reclusos Violentos (UDV) de la prisión de Fleury-Mérogis (Essonne), su agresividad está al límite.

Encarcelado en el extranjero, el joven (nombre cambiado) dejó ciego a un supervisor y fue trasladado urgentemente a esta zona de la prisión preventiva más grande de Europa, en Francia continental.

Durante seis meses, alejado de otros presos, es seguido por un equipo que espera, a través de entrevistas y actividades, reducir su nivel de violencia antes de reintegrarlo a la población carcelaria general.

Según la administración penitenciaria, el 28% de los presos que pasaron por una UDV en 2022 (hay diez en Francia) reincidieron dentro de los tres meses siguientes a su liberación.

Cuando Colombo fue trasladado, las medidas de seguridad fueron máximas: los guardias se equiparon con escudos cada vez que abrían su celda.

Desde entonces se han relajado estas precauciones, pero permanece esposado a la espalda y escoltado por tres agentes cada vez que viaja.

Ese día, en su celda, caminaba de un lado a otro, mirando por la mirilla. “Estoy ansioso, pensativo, tengo muchos pensamientos oscuros”, afirmó en una entrevista con la AFP.

“Por la noche, mi cuerpo rechaza el colchón. Quiero golpear la puerta, quemar la celda, romper el televisor. Pero no lo hago…”

– Infantil y amenazante –

Su perfil es “el más misterioso” de los presos de la UDV, analiza un supervisor.

Es un niño asustado, alejado de su familia, que desespera de poder contactar con su abuela.

Su sentimiento de inseguridad lo hace formidable. Desde su celda, le grita a cualquiera que pueda oírlo. “Estoy amenazando para que la gente deje de buscarme”.

A través de entrevistas con un psicólogo y talleres organizados por el Servicio de Integración Penitenciaria y Libertad Vigilada (SPIP), aprendió a canalizar sus palabras, percibió su impacto psicológico en el personal exhausto y en los compañeros de prisión preocupados.

La grave herida que Colombo le infligió a un supervisor tuerto lo inquietó.

“Apenas lo toqué, pero se cayó”, reflexiona, sus cortas rastas nublan su visión cada vez que niega con la cabeza para decir “no”.

“No golpeé a la gente a propósito, fue algo que hice en el momento. No quería las consecuencias. Estoy trabajando para asegurarme de que no vuelva a suceder”.

Todos sus esfuerzos se vinieron abajo unas semanas más tarde, cuando un recluso lo golpeó durante un taller. “Colombo se ha disparado”, resume un supervisor.

Desde entonces permanece en su celda, en guardia, y dice estar “listo”. A que ? Él mismo no lo sabe. Pero considera que sería “bueno que lo liberáramos en la naturaleza”. “No soy una persona violenta, simplemente me gustan los robos”.

En un tablero en la sala de profesores, la supervisora ​​escribió “Vigilancia +++” junto a su nombre.

Como Colombo se negó a asistir al taller “Saber actuar contra la violencia”, Martial (nombre cambiado) asistió solo. En el menú de hoy, analiza las fases del comportamiento para intentar evitarlo.

– “Cóctel Molotov” –

En el origen de sus crisis, Martial identificó un “cóctel Molotov” de miedo e ira que irremediablemente desembocó en violencia.

“Después creo que la ira se va, has golpeado a la persona, te sientes aliviado, te sientes bien”, describe el treintañero. “Es el momento en que tu cerebro puede volver a pensar en otras cosas. Cuando estás enojado, es como poner tu corazón en un refrigerador e ir a la guerra”.

Es difícil imaginar a Martial enojado. En la UDV tiene apariencia de fuerza tranquila. Educado, se levanta todas las mañanas a las 6 de la mañana, con música de fondo para añadir un poco de “sol” a su día. Explica que quiere “invertir” su tiempo en prisión por “su vida, que continúa tras las rejas”.

El hombre fue encarcelado en Fleury-Mérogis por el asesinato de una compañera de prisión de la que sospechaba que había sido violada.

“Fue más que ira”, explica, “desencadenó la oscuridad (sic) que hay en mí”.

Capucine, asesor de SPIP, le pregunta:

– ¿Algo podría haber evitado esta situación?

– Nada, volvería a pasar. No estoy huyendo de mis responsabilidades.

Martial cree que actuó como debía ante un “puntero”, nombre que dan los reclusos a los autores de delitos sexuales.

“No se puede hablar de deseo de evolucionar si se dice que harías lo mismo en la misma situación”, señala Capucine.

“Cuando una prisión entera golpea las puertas diciendo ‘mátenlo’… Me dio un impulso, yo era otra persona”, explica Martial.

La discusión pasa a los motivos de su traslado a la UDV: Martial amenazó de muerte a un funcionario penitenciario, a quien acusó de ignorar sus cartas.

– “Sin que explote” –

Si considera haber reaccionado ante una injusticia, Martial permanece atento a sus consejeros. “Veo en qué necesito trabajar, pero va a ser complicado”.

Al día siguiente, participa en un juego de roles: interpreta a un consejero penitenciario sermoneado por sus superiores. Martial se agita, pero no pierde los estribos.

“Estoy aprendiendo a gestionar mis emociones y a adaptarlas a emociones diferentes a las mías”, resume a la AFP. “Hoy puedes estar cerca de mí sin que explote”.

¿Su taller favorito? Un programa de radio con otro preso de la unidad, Moussa.

Ambos seleccionan ilustraciones que les recuerden un momento agradable. Martial elige un castillo que se va volando: “Me hace pensar en mi libertad. Espero verlos a todos de nuevo fuera de este lugar maquiavélico”.

Detrás de la puerta de la celda, la atmósfera de repente se volvió tensa. En un piso inferior, un prisionero abrió el cráneo de un agente con un bolígrafo.

Próximamente otro interno será trasladado a la UDV.

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