Respuestas para el bachillerato de filosofía – sector general: “¿Nos debe algo el Estado?”

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Introducción

El Estado puede entenderse al menos en dos sentidos distintos. Es ante todo el conjunto de poderes instituidos para organizar la vida entre los seres humanos de una misma comunidad política. Como tal tiene una razón de ser, cumple una función. Por tanto, lo que el Estado nos debe está ligado a la razón por la que existe. Entonces debemos preguntarnos por qué existe, por qué fue creado. ¿Su razón de ser es mínima? ¿Debería garantizar únicamente la seguridad entre individuos? ¿O existe un deber para el Estado en un sentido fuerte, en un sentido moral, un deber de bienestar por ejemplo?

En otro sentido, el Estado es la forma humana más elevada de poder que existe. El Estado es amo, en el sentido latino de dominó, y quizá corresponda ante todo a los súbditos o ciudadanos deberle algo al Estado: obediencia. En efecto, ¿qué puede hacer el individuo contra el poder del Estado? Si el Estado debe algo a los individuos, ya sea seguridad, justicia o bienestar, ¿cómo puede garantizar que reciban lo que les corresponde? En resumen, ¿cómo puede el Estado debernos algo si es la forma de poder más poderosa que existe?

1) El Estado nos debe aquello para lo que existe: seguridad y justicia.

El primer deber del Estado es la seguridad. Ésta es la primera razón por la que los individuos aceptan renunciar a ejercer su derecho a defenderse. Sin Estado, y en particular sin la fuerza de su policía, podemos incluso decir que la sociedad aún no existe. La sociedad humana sólo es posible cuando los individuos viven en relaciones pacíficas. El Estado garantiza esta paz, sometiendo a su poder a cada uno de los miembros que componen la sociedad. Los individuos deben obediencia al Estado, porque están en deuda con él por la paz civil que esa obediencia aporta. Hobbes, en el Leviatán, destaca esta relación original entre el Estado y los individuos. Incapaces de vivir solos en paz en el estado de naturaleza, sometidos a la violencia de “la guerra de todos contra todos”, los individuos renuncian libremente a su derecho natural a defenderse. El Estado se convierte entonces en dueño de todo, de modo que nadie somete a los demás a su derecho privado, a su deseo.

Hobbes llama justicia a esta relación de sumisión de todos al Estado. “No existe ninguna ley injusta”, sólo hay malas leyes, es decir, leyes que no garantizan adecuadamente la paz civil. El “pacto social” original, aceptado por todos con el objetivo de obtener la paz civil, coloca al individuo en un estado de dependencia del poder político. Pero esta dependencia es voluntaria, o libremente aceptada, porque éstas son las condiciones mínimas a partir de las cuales es posible la vida entre los individuos. En este sentido, el Estado no nos debe nada más que aquello para lo que fue creado: seguridad, paz civil, justicia. Más bien, es a él a quien le debemos la paz, somos nosotros los que le debemos vivir según la paz civil.

2) Nada obliga al Estado a hacer lo que está obligado a hacer

Sin embargo, tal génesis del Estado está plagada de consecuencias. Nada le obliga a respetar aquello para lo que fue establecido. Si existe un deber del Estado hacia nosotros, entendido en el sentido de razón de ser, no existe un deber moral del Estado. Un deber moral presupone una ley superior a nosotros que obedecemos libremente. Un deber moral presupone obligación, es decir, obediencia voluntaria. Ahora no hay nada por encima del Estado; nada le obliga a obedecer a nadie. El Estado es la forma más alta de poder que existe. Históricamente vemos estados que optan por servir a la fuerza, prefiriendo la opresión y la guerra, sin que nadie pueda oponerse a su poder. Agustín lo muestra en La ciudad de Dios, donde retoma una anécdota célebre, la del encuentro entre un líder bandido y Alejandro Magno. Lo que diferencia a los dos es la importancia de la flota, es el tamaño de la potencia. Alejandro no es más justo que el bandido, es sobre todo más fuerte.

En este sentido, el Estado no nos debe nada. Debido a que es verdaderamente un maestro sin igual, su dominio puede basarse únicamente en el poder puro. Además, para que esta relación entre los individuos y el Estado no conduzca a una desconfianza inmediata entre todos los individuos, el Estado presenta su fuerza como justicia. Pascal lo resume en esta frase de Pensamientos : “Y así, no pudiendo hacer lo que es simplemente fuerte, hicimos lo que es fuerte justo. » Si entendemos la relación entre Estado e individuos como un puro equilibrio de poder, entonces el Estado sólo nos debe la apariencia de justicia, para obtener el consentimiento de aquellos sobre quienes ejerce su dominio. Es evidente que el Estado no nos debe nada, porque de ninguna manera está obligado a seres más débiles que él.

3) Como nada obliga al Estado hacia nosotros, debemos limitarlo, por un lado dividiendo sus poderes, por otro permaneciendo vigilantes ante su dominación.

El Estado no nos debe nada, en el sentido de que no está obligado por nada a hacer el bien del mayor número de personas que no sea su propio poder. ¿Cómo podemos entonces explicar la vida de los pueblos democráticos? ¿Cómo explicar que los individuos no estén totalmente indefensos frente al poder del Estado? La razón principal es que el Estado no puede ser limitado por ninguna fuerza que no sea ella misma. Para reducir el poder del Estado basta con dividir sus poderes. Montesquieu, en Del espíritu de las Leyes, muestra claramente que la única manera de limitar el poder del Estado es dividir sus tres poderes principales: ejecutivo, legislativo y judicial. Como nada obliga al Estado, éste sólo puede ser limitado y constreñido desde dentro. La división de poderes supone un control del Estado sobre sí mismo, lo que realmente le obliga a respetar los principios políticos que rigen su institución. Es porque el Estado no nos debe nada que debemos establecer límites internos a su dominación.

La respuesta institucional no es suficiente. Cuando los individuos pierden interés en los asuntos políticos y humanos, el Estado, aunque ejerza un poder dividido, aún puede reinar sin cuestionamientos. Tocqueville, en Democracia en América, muestra claramente que el principal peligro de las sociedades democráticas es el desinterés de los ciudadanos en la política. El juego de las instituciones no lo es todo. La tiranía es posible en democracia, desde el momento en que todos se alejan del espíritu de libertad, del compromiso político, en nombre de la seguridad individual. Tocqueville demuestra que existe un verdadero deber como ciudadano, el de ejercer una presión constante contra el Estado. Como el Estado no nos debe nada, nos debemos a nosotros mismos no permitirle ejercer el poder de manera tiránica. Nunca se garantiza que esta vigilancia tenga éxito, pero es al menos una condición mínima para prevenir las tendencias tiránicas del Estado.

Conclusión

Nos preguntábamos si el Estado nos debía algo. A primera vista, el Estado nos debe aquello para lo que fue creado: garantizar la paz civil, ejercer el poder con miras a la justicia. Sin embargo, parece muy claro que el poder del Estado es tal que nada puede obligarlo a respetar el “pacto social” que lo vio nacer. La historia está llena de ejemplos de estados tiránicos, gobernados por la voluntad de unos pocos, que sólo fueron verdaderamente derrotados por el poder superior de estados rivales. Por lo tanto, como el Estado no nos debe nada, nos corresponde a nosotros limitar su poder. Nos parecía que sólo una división de los poderes del Estado podría limitar su poder y obligarlo a respetar los principios políticos que decidimos establecer entre nosotros. Es más, sólo el deseo de libertad e independencia de los individuos respecto del Estado puede obligarlo a hacer retroceder su dominación. El Estado, por tanto, no nos debe nada, y por esta razón lo que de él obtenemos es del orden de la conquista y no de la donación.


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