Desde hace semanas, meses, todos los expertos en geopolítica subrayan los riesgos para Ucrania de un nuevo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca. Es cierto que abundan los argumentos. Éstos son algunos de ellos:
Donald Trump y muchos de sus allegados creen que la ayuda a Ucrania es demasiado cara. El multimillonario ha cuestionado a menudo a la OTAN. Para él, Europa debe pagar por su seguridad.
Afirma poder resolver el conflicto en Ucrania “en 24 horas”. Un acuerdo expreso necesariamente se basaría en las líneas del frente actuales. Sin embargo, Rusia ha conquistado casi el 20% del territorio ucraniano. Por lo tanto, Kyiv debería hacer concesiones.
Además, Trump es considerado amigo de los rusos. Ha intercambiado bromas con Putin varias veces. Y no faltan investigaciones sobre sus vínculos con Moscú o sobre la interferencia rusa en las elecciones estadounidenses.
Sin embargo, cabe señalar que los líderes ucranianos no están llorando. El presidente Zelensky se apresuró a felicitar a Trump después de su elección. Espera que el americano ayude a Kyiv a obtener “una paz justa”. Ucrania no tiene ningún interés en ofender al futuro jefe de Estado que más ha ayudado a su país durante tres años. Pero ésta no es la única explicación.
Los ucranianos están cansados de la dilación de la administración Biden. Tuvieron que esperar semanas, meses, hasta que Washington les entregara tanques, luego aviones y finalmente dio luz verde esta semana al uso de misiles de largo alcance contra Rusia. Prefieren a un Trump que pone sus cartas sobre la mesa a un tímido Biden o Kamala Harris.
Los Estados Unidos bajo Biden a menudo han dado la impresión de que su prioridad era evitar el conflicto con Rusia: sobre todo, no parecer cobeligerantes, no ofender a Putin.
Trump, por su parte, refleja la imagen de un hombre fuerte. Ejemplo, estas palabras en el Wall Street Journal justo antes de las elecciones: “Le dije, Vladimir, si atacas a Ucrania, te golpearé tan fuerte que no podrás creer lo que ves, ¡te golpearé justo en el corazón de Moscú! »
¿Un farol? ¿Presumir? Quizás, pero la duda beneficia a quien agita el puño.
Y además, Donald Trump no siempre ha sido indulgente con Rusia. En 2018, por ejemplo, retiró a su país del Tratado Nuclear sobre Armas de Alcance Intermedio, acusando a Moscú de “violada durante años”.
Pero Trump ha nombrado figuras bastante prorrusas para su administración. El ejemplo más evidente es sin duda Tulsi Gabbard en la Dirección Nacional de Inteligencia (si su nombramiento, por supuesto, es validado por el Senado). Su visión del mundo parece coincidir con la del Kremlin, lo que alarma a muchos expertos y diplomáticos estadounidenses.
Pero los neoconservadores que desconfían de la influencia rusa no han desaparecido del panorama: podemos citar a Marco Rubio, secretario de Estado, o Mike Walz, asesor de seguridad nacional, dos cargos estratégicos.
Finalmente, el último argumento es psicológico: Trump no quiere ser visto como un perdedor. Sobre todo, buscará obtener un acuerdo favorable a su país. Rusia es un competidor. Debilitar a Moscú es bueno para Estados Unidos.