Mientras Martin St-Louis lucha por demostrar que está a la altura del papel de entrenador en jefe en la despiadada jungla de la NHL (y especialmente en Montreal), su pasado resurge de una manera brutal.
Según el podcast Stanley25, el entrenador de los Montreal Canadiens lleva consigo cicatrices relacionales que se remontan a los Juegos Olímpicos de 2014 en Sochi.
Steve Yzerman, entonces director general del equipo canadiense, habría despedido al St-Louis por su actitud considerada altiva, su ego desmesurado y su liderazgo nauseabundo.
La historia es bien conocida: St-Louis, entonces en su mejor momento, inicialmente no fue seleccionado para representar a Canadá en los Juegos Olímpicos de Sochi.
Fue sólo después de que Steven Stamkos se lesionó que St. Louis recibió una llamada a filas por accidente. Pero su papel en el banquillo, reducido al de jugador marginal por el entrenador Mike Babcock, ya demostraba la limitada confianza que el personal tenía en él.
Esta exclusión no estaría únicamente ligada a criterios deportivos.
Según Stanley25, Yzerman habría señalado la actitud de St-Louis, calificada de arrogante e individualista, incompatible con el espíritu colectivo necesario para una competición de esta magnitud.
La fuente creíble de la periodista Maxime Truman, una mujer que formó parte del personal del equipo olímpico canadiense de hockey en 2014, rompió el silencio durante las conferencias públicas, revelando un retrato desolador del exjugador.
Aquí está el extracto en cuestión:
Según él, St-Louis habría sido despedido inicialmente por Steve Yzerman, entonces director general del equipo de Canadá, no por su juego, sino por su actitud detestable y su cabeza hinchada que no encajaba en el marco de la puerta.
La fuente dice que St. Louis llegó al proceso de selección con “la peor actitud”.
Su arrogancia y su incapacidad para someterse a un espíritu colectivo habrían disgustado al personal directivo. Este comportamiento habría justificado su exclusión inicial del equipo olímpico.
El nombre de Martin St-Louis finalmente se añadió a la lista de jugadores tras la lesión de Steven Stamkos.
Este retiro de último minuto debería haberle dado la oportunidad de demostrar su valía, pero hizo todo lo contrario.
St-Louis tuvo unos Juegos Olímpicos desastrosos, sumando cero puntos en cinco partidos, un resultado indigno de su reputación. Peor aún, su paso habría reforzado las dudas sobre su liderazgo y su actitud de equipo.
Unos meses después de esta saga pública, estalló otra polémica: St-Louis, entonces capitán del Tampa Bay Lightning, solicitó un traspaso.
¿El motivo? Un profundo resentimiento hacia Yzerman, a quien acusa de haber traicionado su confianza.
La situación llegó a un punto de no retorno cuando St. Louis le impuso un ultimátum: ya no jugaría en Tampa Bay y sólo quería ser traspasado a los New York Rangers.
Este ultimátum coloca a Yzerman en una posición precaria, obligándole a aceptar un acuerdo desventajoso sobre el papel.
Esta transacción dejó cicatrices duraderas en la organización Lightning. Yzerman tuvo que responder a las inquietudes de jugadores y aficionados, preguntándose si su capitán había abandonado el equipo a mitad de temporada.
La reputación de St. Louis como líder siempre ha sido ambigua. Conocido por su ejemplar ética de trabajo, nunca fue visto como un unificador.
Varios excompañeros consideraban difícil estar cerca de él debido a su ego y su incapacidad para aceptar críticas.
Su etapa como capitán del Rayo, aunque marcada por brillantes actuaciones individuales, está marcada por esta percepción de un jugador más preocupado por sus logros personales que por el éxito colectivo.
Hoy, mientras intenta revertir a unos Montreal Canadiens en apuros, estas acusaciones de liderazgo deficiente resuenan con particular intensidad.
El equipo está estancado en la parte inferior de la clasificación y las críticas al St-Louis llegan de todos lados. Su sistema defensivo híbrido es ridiculizado y sus decisiones estratégicas son cuestionadas por analistas y partidarios.
En este contexto, las revelaciones sobre su pasado olímpico y su vertiginosa salida de Tampa Bay recuerdan un hecho inquietante: St-Louis, a pesar de su genio ofensivo sobre el hielo, a menudo ha tenido dificultades para unir un grupo a su alrededor.
Su terquedad en mantener un sistema fallido y su gestión inconsistente de Juraj Slafkovsky y Arber Xhekaj recuerdan los mismos fallos que llevaron a su exclusión temporal del equipo canadiense y a su tensa salida de Tampa Bay.
La pregunta candente sigue siendo: ¿Podrá Martin St-Louis convertirse realmente en un gran entrenador? ¿O está condenado a revivir los mismos fracasos relacionales y estratégicos que marcaron su carrera como jugador?
Una cosa es segura: su pasado le persigue y su futuro en Montreal parece cada vez más incierto a largo plazo. De momento está protegido, pero estamos convencidos de que no estará en el banquillo cuando el CH gane la Copa Stanley.
Los partidarios y líderes, que esperaban ver en él a un visionario capaz de transformar a los Habs, podrían chocar contra un muro.
En una ciudad donde la historia y el presente a menudo chocan, Martin St-Louis ve cómo su pasado lo persigue.
Hoy, estas revelaciones resuenan con fuerza en Montreal, donde St-Louis enfrenta fuertes críticas por su papel como entrenador en jefe.
Su arrogancia hacia los medios de comunicación de Montreal, su negativa categórica a reconocer sus errores y su incapacidad para justificar sus incomprensibles decisiones encuentran un eco en estas historias del pasado.
La historia muestra que el talento en bruto no es suficiente para sobresalir en un rol de liderazgo, ya sea en el hielo o detrás del banquillo.
El técnico parece estar reproduciendo los mismos errores de carácter que empañaron su carrera como jugador.
¿Puede realmente un ego demasiado grande coexistir con la presión única de liderar en Montreal? La respuesta bien podría decidir el destino de Martin St-Louis.
Porque ante las crecientes críticas, el entrenador optó por contraatacar, revelando una faceta hasta ahora poco conocida de su carácter: una arrogancia gélida mezclada con un evidente desprecio por sus detractores.
No en vano St. Louis ha atacado directamente a quienes se atreven a cuestionar su liderazgo y sus decisiones tácticas. Con un tono agudo y una mirada penetrante, pronunció una respuesta que estremeció a los presentes y que quedará grabada en la historia:
“¿Por qué escucharía las críticas de personas a las que no acudiría en busca de consejo? »
Estas palabras, llenas de desprecio, no sólo se dirigieron a los periodistas, sino también a sus seguidores, muchos de los cuales expresaron su frustración en las redes sociales.
Esta declaración, lejos de calmar los ánimos, reforzó la sensación de una brecha creciente entre el técnico y la afición.
St-Louis continuó mirando directamente a la cámara, enviando un mensaje casi amenazador a sus críticos:
“Siempre he superado obstáculos y personas que dudaban de mí. Y me nutre. Entonces me gusta el mercado de Montreal. »
Una mirada ardiente, una postura defensiva y un tono que delataba una ira apenas contenida: este momento será recordado como uno de los más tensos de su mandato.
Para muchos observadores, la arrogancia del St-Louis en una rueda de prensa es indicativa de su incapacidad para gestionar la presión de un mercado como el de Montreal.
El hecho de que Steve Yzerman haya excluido a St-Louis de la selección olímpica debido a su comportamiento considerado problemático está causando discusión esta mañana.
Los aficionados de Montreal, conocidos por su pasión y sus exigencias, a veces se sienten despreciados por su entrenador.
Los partisanos no piden lo imposible. Simplemente quieren ver un equipo que progrese, un sistema que funcione y un entrenador que acepte los cuestionamientos.
Al encerrarse en su torre de marfil, San Luis corre el riesgo de perder permanentemente su apoyo.
La arrogancia y el desprecio pueden alimentar el ego, pero no generan victorias.
St. Louis necesita cambiar rápidamente su enfoque o podría convertirse en otro ejemplo más del fracaso de las grandes estrellas para triunfar detrás de un banco.
Después de todo, tal vez Steve Yzerman tuviera razón.