Los bomberos, sumergidos en el agua hasta la cintura, exploran el agua oscura sobre la que flotan trozos de madera y basura. Su miedo: encontrar los cadáveres de nuevas víctimas, cuatro días después de las trágicas inundaciones que devastaron el sureste de España.
En este túnel subterráneo de Alfafar, en las afueras de Valencia, varios coches quedaron atascados cuando torrentes de barro arrasaron el martes por la tarde varias localidades de la región, matando al menos a 211 personas.
Aunque ha vuelto el sol, los sótanos siguen “todos inundados”, explica a la AFP Javier López, estrechando sus manos cubiertas de barro. “Ahora que han empezado a drenar el agua, imagino que encontraremos bastantes víctimas. »
La noche de la tragedia, este residente logró refugiarse en un lugar seguro después de ver una “cascada” de agua turbia que se precipitaba hacia el túnel, justo al lado de su casa. Este último, ahora, está devastado. Al igual que su negocio, ubicado en la vecina localidad de Benetússer.
“La oficina, el edificio, los vehículos, los coches que teníamos en la calle… Todo está perdido”, suspira Javier, abatido, junto a sus amigos que acudieron a ayudarle a evacuar el barro que había entrado en la planta baja del edificio. su casa. “Estamos todos en shock”, insiste.
“Todo perdido”
A unas cuadras, cerca de la iglesia de Sedaví, un camión de bomberos intenta vaciar el agua que ha invadido un estacionamiento subterráneo de dos pisos. Aquí también la gente podría quedarse atrapada y la pesadilla de los residentes parece no tener fin.
“Cogimos una ola de casi un metro, que luego creció y tuvo mucha fuerza. Los coches que llegaban estaban amontonados unos encima de otros”, cuenta Paquita, una vecina de 76 años que vio desde su balcón cómo el agua arrasaba todo a su paso.
Espera que nadie se haya quedado atrapado en el estacionamiento. Pero aquí, como en muchas otras comunidades afectadas, la incertidumbre persiste. “Hay gente que lo ha perdido todo y que también está buscando a sus seres queridos”, recuerda.
En medio de una calle, un poco más adelante, una mujer grita. Los vecinos vienen corriendo: ella acaba de ver cómo la inundación ha arrasado su negocio.
A pesar del trabajo incesante de vecinos y voluntarios, las huellas de la catástrofe aparecen a cada paso: aquí marañas de coches que impiden el paso, allí objetos cubiertos de barro que ensucian las aceras…
“Dejado completamente solo”
“Gracias a la gente que vino a ayudarnos, gracias a todos, porque del lado de las autoridades no hay nadie”, dice indignada Estrella Cáceres, de 66 años.
En la planta baja de su casa, donde vive desde hace 40 años, la actividad es frenética. Amigos y familiares tiran los objetos que se han vuelto inutilizables y tratan de salvar los recuerdos que ella aprecia.
La tarde del mal tiempo, Estrella estaba con sus nietos en esta casa. Al ver subir el nivel del agua, subieron al segundo piso. “Sin eso, mi nieta y yo quizás ya no estaríamos aquí”, nos asegura.
En la parte trasera de la casa, su marido Manuel intenta limpiar una habitación donde el agua ha alcanzado casi el metro y medio de altura. “Van a tardar meses, porque no podemos sacar el coche”, vaticina este exbombero.
Frente a la única farmacia que sigue abierta en Alfafar, decenas de vecinos hacen cola. Visto desde aquí, el regreso a la vida normal todavía parece muy lejano.
“Conozco a muchos muertos y desaparecidos”, confiesa Charo de la Rosa, que vino a comprar medicinas para sus padres.
“Son vecinos, son personas que amas, con las que creciste […] Personas a las que no volverás a ver y cuya muerte, tan difícil y tan cruel, se podría haber evitado”, afirma este empleado del hotel, señalando la ausencia de las autoridades: “nos dejaron solos”.