Hablan las víctimas de la dana: “Vino una ola, como si fuera un tsunami” | España

Hablan las víctimas de la dana: “Vino una ola, como si fuera un tsunami” | España
Hablan las víctimas de la dana: “Vino una ola, como si fuera un tsunami” | España
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Guillermo Serrano Pérez, de 21 años, ha pasado la noche atrapado con sus padres en uno de los puentes sobre la carretera V-31, conocida como la Pista de Silla. Venían conduciendo de regreso a su pueblo ―Paiporta, 25.300 habitantes―, cuando les sorprendió la notificación de la alerta roja en sus móviles. Solo cinco minutos después, empezó el caos. “A eso de las 20.30 horas comenzó a llegar el agua y vino una ola, como si fuera un tsunami, y tuvimos que subir enseguida a uno de los puentes que cruzan la autovía. Los coches que estaban aparcados cerca quedaron completamente anegados”, relata. De la corriente de lodo lograron sacar a una mujer con un bebé en brazos y a otro hombre, mientras dejaban atrás sus coches arrastrados. “A la chica la ola le pilló mucho más para adelante que nosotros y no le dio tiempo a reaccionar, ni a dar la vuelta ni a nada, y tuvo que salir por la ventana”, cuenta Serrano. Pasaron la noche a la intemperie, conversando con otros de los afectados, sin dormir, hasta que a las 5.30 de la mañana aparecieron los bomberos.

Las llamadas de auxilio inundaron las redes sociales desde las primeras horas de la tarde de este martes, al tiempo que la anunciada dana dibujaba su catástrofe sobre la tierra. El interior de Valencia (Paiporta, Utiel, Chiva, Picassent, Torrent…) y Albacete (Letur) se llevaban la peor parte, con cerca de 500 litros por metro cuadrado en algunos puntos. A primeras horas de la tarde del martes, el alcalde de Utiel (11.600 habitantes), Ricardo Gabaldón (PP), encarnaba ya la desesperación ante la tromba de agua y barro que anegaba su municipio, daba una de las primeras voces de alarma y pedía ayuda urgente a todo el que quería o podía escucharle: “Que vengan a ayudarnos, que vengan, lo que me preocupa son las personas, los vecinos, los daños materiales ya son incalculables”, decía en una llamada a la Cadena SER pasadas las 16.30 de la tarde. Utiel, epicentro del desastre, sufrió una segunda riada de madrugada, hacia las 4.00 de la madrugada.

20 minutos pasaban de las doce de la noche cuando Beatriz Garrote, expresidenta de la asociación de víctimas por el accidente de metro de 2006 en Valencia, escribía en su perfil de X:

―Estamos atrapados en la V-30. Vemos el cauce del río crecer y estamos preocupados. ¿Podéis darnos alguna indicación?

Garrote volvía del trabajo a su casa del municipio valenciano de Torrent y en torno a las ocho y pico de la tarde quedó atrapada por el agua junto a cientos de conductores más durante cerca de siete horas en un tramo de la circunvalación de Valencia. “Pasé la primera salida, que era la de Paiporta, pero estaba cerrada porque nos dijeron que la población estaba inundada y por ahí no podíamos salir y lo siguiente ya fue quedarme parada 200 metros más allá, muy cerca del puente del AVE. El coche se quedó atascado y de repente comenzaron a inundarse los dos carriles más pegados a las salidas de los pueblos”, cuenta horas después.

Ante el colapso de los servicios de emergencia, las radios y las redes sociales se convirtieron en los puestos de socorro de los centenares de personas atrapadas. Amigos, familiares, conocidos y desconocidos se han convertido en el eco de esas precipitadas llamadas de auxilio de los afectados, sorteando los cortes constantes de las comunicaciones, y que continúan este miércoles, cuando ya se cuentan 70 muertos y un número indeterminado de decenas de desaparecidos.

“Cuando vi el agua a un centímetro, me asusté muchísimo. No sabía ni de donde venía ni qué estaba pasando. El agua empezó a subir muy deprisa, a los 10 minutos la teníamos por media rueda del coche. Unos voluntarios nos indicaron para dar la vuelta a los coches, pero ahí ya no había salida posible”, relata Garrote. No podían ir ni en una dirección ni en otra. Un guardia civil sugirió incluso sacarlos con cuerdas por el puente del tren AVE. Los nervios crecieron entre los atrapados cuando subió el nivel de agua del nuevo cauce del río, que discurre paralelo a la V-30. Unos autobuses de la EMT, que se han dedicado toda la noche a transportar a afectados, la llevó hasta un albergue. Después Beatriz Garrote se refugió en la casa de un amigo en Valencia y a las diez de la mañana de este miércoles todavía no había podido volver a su casa.

La orografía del terreno, barrancoso y con ramblas, no ayudó. Las poblaciones, los barrios y las viviendas más próximas a los cauces de los ríos fueron las primeras y las más afectadas por la rápida crecida del agua que, en cuestión de minutos, convertida en virulentos torrentes de lodo y barro, anegaba todo lo que encontraba a su paso.

Sin respuesta

Cristina Pastor Esteban lleva más de 15 horas intentando localizar a su hermano, Victor Pastor Esteban, de 54 años, que vive en una casa justo a la par de un embalse, en el municipio de Montroy (2.800 habitantes). “Él vive solo en una casa que se hizo él mismo en un terreno que se compró y que está muy cerca del río Magro. Ayer por la mañana habló con una amiga por teléfono, pero en principio no hablaron del temporal. Por la tarde ella le escribió, pero ya no contestó más; su casa pinta mal”, cuenta por llamada telefónica. Su familia ha intentado acceder al lugar con un camión, pero asegura que el sitio está totalmente incomunicado. “Su casa tiene placas solares, no tiene electricidad, pero él suele contestar. No te contesta al segundo, pero a la media hora, como mucho, sí responde”, añade.

Las imágenes de las riadas engullendo pueblos enteros, derribando puentes, deshaciendo carreteras, volcando y amontonando vehículos contra muros y arcenes, alcanzado los segundos pisos de viviendas, se sucedían en las televisiones y en las redes, mostrando que a buena parte de la población afectada le pillo la lluvia torrencial desprevenida: comprando en centros comerciales, en el trabajo o volviendo del trabajo, en el coche y hasta en colegios.

Noche en la escuela

Águeda Serrano, directora de la escuela de Viticultura de Requena (Valencia) cuenta que ha pasado la noche con 25 alumnos y que todos están bien. Las lluvias les pillaron dando clases, y aunque no se inundó, si llegaron a ver “una escalera convertida en una cascada, que daba miedo”. “Esto no lo hemos vivido nunca, ni nosotros, ni nuestros mayores”, relata. Ahora están sin teléfono, sin internet, pero tienen luz, en la resaca de un episodio que nadie pensó que fuese a ser tan catastrófico. Incluso la diputación les envió cuatro operarios, fontaneros y electricistas, para unos arreglos en el centro. Luego les advirtieron de que no podían regresar a Valencia, pero decidieron igualmente partir a sus casas. “Dos de ellos fueron rescatados en la carretera por un camionero, cuando el agua les entraba en el coche”. De los otros dos no saben nada. “Queremos pensar que no tienen cobertura”. Tampoco ha tenido noticias de su administrativo, que partió en tren. En muchos lugares carecen de cobertura telefónica, lo que aumenta la angustia de quienes no pueden contactar con sus allegados.

En el municipio de Picassent (20.700 habitantes), al sur de Valencia, en la llamada zona cero del desastre, el Ayuntamiento se sumó tarde al cierre de colegios. Y no fue hasta el mediodía del martes cuando se advirtió el peligro. Solo entonces se llamó a suspender las clases y a desalojar los colegios, que lograron enviar a los niños a casa en torno a las dos, después de comer.

A la salida del colegio San Cristóbal, la profesora Carolina Higueras, de 30 años, recibió la llamada del concesionario. Se había comprado un coche y le avisaban de que debía ir a recogerlo esa misma tarde. Cogió su coche viejo y se fue hasta la entrada de Valencia con su marido. “No llevábamos ni cinco minutos cuando nos dijeron que nos teníamos que ir ya, que venía mucha agua. No éramos conscientes de lo que se nos venía encima”. Salieron por la pista de Silla, de vuelta a Picassent, pero ya estaba colapsada. Se quedaron en la vía de servicio y avanzaron cuanto pudieron. Hasta alcanzar el MN4, el centro comercial que se encuentra a la altura de Alfafar, a 12 kilómetros de su destino. Carolina y su marido intentaron aguantar dentro de sus vehículos tanto como pudieron. Hasta que no vieron otra opción que salir por las ventanillas.

Decisiones desesperadas e impotencia

“Qué agonía al intentar salir, nos subimos encima del capo. Bajamos o no bajamos. Era desesperante. Porque había gente peor que nosotros. Nosotros aún estábamos en la vía de servicio, pero todos los que estaban ya en la carretera era imposible que pudieran volver. Los coches empezaban a amontonarse unos encima de otros, veías colchones flotando que se habían salido de las tiendas del centro comercial, helicópteros sobrevolando la zona… Me apunté el número de teléfono de mi hermano en el brazo, por si necesitaba llamar a alguien”. Con lo puesto se fueron hacia el centro comercial. Arrasado. Había un edificio abierto, el de la empresa Onyx. Tenían las oficinas abiertas. El primer piso anegado y el 11º, con una suerte de sala grande, se convirtió en una zona de ayuda a los afectados. Hasta allí subió Carolina. “Nos dieron de comer y de beber, lo que tenían. Éramos unas 70 personas, también niños, asustados, llorando. Lo más bestia era el viento que hacía. Y la impotencia de ver que no se podía hacer nada”. A las tres de la mañana, cuando el temporal amainó mínimamente, decidieron regresar andando, 12 kilómetros en plena noche. “Tardamos tres horas en llegar, la carretera estaba llena de agua, estaba todo lleno de barro. Está todo destrozado”.

Esther Tronchoni, también vecina de Picassent, de 65 años, se ha pasado la noche en vela en su casa. “Fue increíble. No había vivido algo así jamás. Llovió muchísimo, hacía mucho aire y muchísimo calor. Caían unas piedras del tamaño de un huevo. Desde dentro de casa se escuchaba el ruido, pum, pum, pum. Se escuchaba cómo golpeaba contra el techo”. Mientras ella aguardaba en casa, a las afueras del centro urbano de Picassent, su marido, José Luis Moya, estaba varado en plena calle, dentro de su vehículo, en el municipio de Benetuser, a unos 14 kilómetros. Moya volvía de viaje cuando se empezó a colapsar la pista de Silla, la carretera que une Valencia con los municipios de la provincia de l’Horta Sud. Y optó por tomar las carreteras secundarias y alcanzar Picassent atravesando los pueblos colindantes. Pero tampoco funcionó. Acabó parado, con el vehículo lleno de agua y sin poder moverse. Era uno de muchos. Algunas calles de Benetuser han amanecido repletas de coches varados en medio del fango. Las grúas y vehículos de emergencia no han dado abasto durante la noche. Además, en todas estas horas las líneas de teléfono estaban colapsadas, cuando no se ha agotado la batería de los móviles. Ha pasado la noche en el coche a la espera de ser rescatado.

“A las once de la noche me llamó un chico. Me dijo que me llamaba para contarme que José Luis estaba bien, que él no tenia cobertura, pero que estaba bien. Le pedí que me dijera la verdad, porque me temía algo peor. Pero me insistía en que estaba bien”, relata Esther. A las cuatro de la madrugada, recibió otra llamada. José Luis había conseguido recuperar la cobertura: “Fue él quien me explicó que este chico estaba en el balcón de su casa, con su familia, y que estaba ayudando a los afectados, haciendo llamadas a todas las familias de los que se habían quedado allí en plena calle”. A mediodía de este miércoles, Esther sigue esperando en casa a su marido. Sin luz.

Vista general del polígono industrial de Sedaví anegado a causa de las lluvias torrenciales de las últimas horas.
Miguel Ángel Polo (EFE)

Con información de: Rebeca Carranco, Natalia Jiménez, Daniela Gutiérrez y Patricia Ortega Dolz.

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