un llamado a vivir a la altura de la propia dignidad

un llamado a vivir a la altura de la propia dignidad
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Profesor del Instituto Karol-Wojtyla, el filósofo Michel Boyancé vuelve sobre la declaración “Dignitas infinita” cuyo gran mérito es arraigar claramente el concepto de dignidad en su referencia objetiva: la naturaleza humana. Si nadie pierde nunca su dignidad, subraya el documento, todos están llamados a crecer hasta la propia dignidad, lo que requiere formación y apoyo.

La reciente declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Dignitas infinitas (DI), aprobado por el Papa Francisco, marca un paso importante, porque proporciona una síntesis bienvenida de esta noción antigua, que requiere una actualización periódica debido a la evolución de las sociedades. Es un documento doctrinal que se abre al discernimiento, tanto por parte de la propia Iglesia en su dimensión institucional y pastoral, como de los fieles laicos comprometidos en la vida de la ciudad en la dimensión prudencial, personal y social. Conservaremos dos aspectos entre muchos otros posibles en este rico y argumentado documento.

La dignidad ligada a la naturaleza específica del ser humano

El primer aspecto presenta el trabajo de la gran tradición filosófica y teológica sobre la dignidad de todo ser humano en relación con su naturaleza específica, reconocida tanto por la razón natural como por la Revelación. En la época contemporánea, desde el Papa León XIII hasta el Papa Francisco, la Iglesia ha profundizado y puesto de relieve esta realidad, a la vez ontológica (o esencial) y existencial, de la dignidad de cada ser humano. Esto es urgente, porque siempre nos enfrentamos al riesgo de una deriva totalitaria por parte de los Estados y las tecnologías modernas.

La cuestión de esta declaración está ahí: a través de la subjetividad de cada persona, a través de la intersubjetividad de las relaciones entre las personas, la objetividad del ser y de su naturaleza permite el discernimiento moral, anclado en el sentido del bien y del mal.

Mencionando varias veces a Santo Tomás de Aquino (XIIImi siglo), el documento arraiga claramente la dignidad en la naturaleza de la persona humana, que es su fundamento permanente. Esto requiere comprenderlo también en sus condiciones existenciales e históricas de la vida concreta de los humanos (DI, 7-9), porque no se trata de esencializar, es decir de congelar, lo que concierne a la existencia. aquí y ahora seres humanos que requieren una necesaria adaptación a las situaciones. El documento hace referencia a nuevas cuestiones, como la de género o los que plantea la aparición de las tecnologías digitales.

Una base objetiva

Si la era moderna ha percibido que la dignidad permite derechos, tiende sin embargo a fundamentarlos en una pura libertad absoluta, sin límites, cercenándola del ser mismo de la persona, de la unidad corporal y espiritual de su bien (DI, 25 -26). La evocación de este antiguo origen, incluido, aunque imperfecto pero verdaderamente, el de la Antigüedad, lleva a profundizarlo, sin rechazar la naturaleza humana -tendencia muy moderna-, que permanece presente en todos los contingentes y singularidades de la existencia.

La cuestión de esta declaración está ahí: a través de la subjetividad de cada persona, a través de la intersubjetividad de las relaciones entre las personas, la objetividad del ser y de su naturaleza permite el discernimiento moral, anclado en el sentido del bien y del mal. Cuestionando el personalismo contemporáneo (DI, 13-16), la Iglesia ve en él una preocupación legítima por tener en cuenta la singularidad de la persona, a condición de no perder de vista la dimensión ontológica de su naturaleza, verdad fundante y bondad de su acción. . El hecho de que la declaración revise casi todos los temas actuales de violación de esta dignidad manifiesta esta exigencia (todo el capítulo 4): el drama de la pobreza, la guerra, el trabajo migrante, la trata de personas, el abuso sexual, la violencia contra las mujeres, el aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia y suicidio asistido, descarte de personas con discapacidad, teoría de género, cambio de sexo, violencia digital.

Libérate del condicionamiento entrenándote en la virtud

Como hemos dicho, no basta con sentar principios doctrinales, es necesario tomar decisiones, ligadas a la virtud de la prudencia, para poner fin a esta violencia desde la perspectiva de la justicia y el bien común. Este es un tema que la declaración no aborda como tal y que es una extensión necesaria de la misma. Estos deberes y obligaciones en simetría de derechos requieren educación y formación en la virtud para proporcionar las condiciones para una cultura de vida y dignidad. Así, el segundo aspecto que queremos destacar se menciona en un párrafo de la declaración:

“De hecho, cada persona está llamada a manifestar en el plano existencial y moral el alcance ontológico de su dignidad en la medida en que, con la propia libertad, se orienta hacia el verdadero bien, en respuesta al amor de Dios. Así, al ser creada a imagen de Dios, la persona humana, por una parte, nunca pierde su dignidad y nunca deja de estar llamada a acoger libremente el bien; por otra parte, en la medida en que la persona humana responde al bien, su dignidad puede manifestarse, crecer y madurar libremente, de manera dinámica y progresiva. Esto significa que el ser humano también debe esforzarse por estar a la altura de su propia dignidad” (DI, 22).

Así, la dignidad del ser humano consiste también en “la capacidad, inherente a la propia naturaleza humana, de asumir obligaciones para con los demás” (DI, 27).

educar la libertad

El capítulo de la declaración titulado “Liberación del ser humano de los condicionamientos morales y sociales”, permite comprender qué es la formación en la virtud recíproca y compartida, un acompañamiento que dignifica tanto a quien acompaña como a quien acompaña. La declaración recuerda que muchos abusos de todo tipo tienen su origen en el olvido de todas las dimensiones de la dignidad del ser humano y de la inviolabilidad de su conciencia. Cualesquiera que sean los estados y las etapas de la vida, es necesario formarse, acompañarse y acompañar, sobre todo hoy en que un relativismo generalizado corre el riesgo de alejarnos de la búsqueda -e incluso del simple deseo- del bien, de la verdad y de la belleza al servicio de lo común. bien. Porque sin una referencia y un propósito común, el respeto a la libertad y a la dignidad se verá menoscabado, como dijo Benedicto XVI, citado por Dignitas infinitas (n. 30):

“Una voluntad que se cree radicalmente incapaz de buscar la verdad y el bien ya no tiene razones objetivas ni motivos para actuar, distintos de los que le imponen sus intereses momentáneos y contingentes, no tiene una “identidad” que preservar y construir tomando decisiones verdaderamente libres y conscientes. Por tanto, no puede reclamar el respeto de otras “voluntades”, que también están separadas de su ser más profundo y que, por tanto, pueden hacer valer otras “razones” o incluso ninguna “razón”. La ilusión de que podemos encontrar en el relativismo moral la clave para la coexistencia pacífica es en realidad el origen de las divisiones y la negación de la dignidad de los seres humanos”.

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