20 años después, Collateral sigue siendo la mejor película de Tom Cruise

20 años después, Collateral sigue siendo la mejor película de Tom Cruise
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En 40 años en la pantalla grande, Tom Cruise ha tenido el privilegio de colaborar con algunos de los cineastas más influyentes de la historia del cine. A partir de su tercera película, cuando apenas tenía 21 años, llegó al set de un largometraje de Francis Ford Coppola, Forasteros, donde actuó junto a Matt Dillon, Patrick Swayze e incluso Ralph Macchio. Posteriormente se encontró frente a la cámara de Ridley Scott (Leyenda), Tony Scott lo convirtió en una superestrella con Pistola superior. Stanley Kubrick y Paul Thomas Anderson explotaron todo su potencial con Ojos bien cerrados Y Magnolia, revelando un lado más neurótico detrás de la imagen de un chico guapo que derrite corazones. Brian de Palma sentó las bases de lo que se convertiría en la saga de su vida (Misión imposible) y Steven Spielberg firmó con él sus dos mejores películas de los años 2000 con Informe de minorías Y Guerra de las palabras.

En 2003, Tom Cruise ya no tenía mucho que demostrar, ni en términos de credibilidad como actor ni de su (inmensa) popularidad en Hollywood. Se le presentan dos opciones: seguir siendo que es, hacer una serie de éxitos de taquilla y esperar pacientemente a que el público se canse de él; o, a riesgo de romperte los dientes, rodar con uno de los directores más estimulantes y aventureros del cine americano para encarnar a un terrorífico sicario que ejecuta fríamente a hombres por todo Los Ángeles, con un compañero de ruta un inocente taxista interpretado por Jamie. Fox. Esta película existe y se llama. Colateral.

Dirigida por Michael Mann, cuya carrera se encontraba en ese momento en una irresistible pendiente ascendente (sus tres películas anteriores fueron Calor, Revelaciones Y Alí), Colateral es sin duda el largometraje más arriesgado de sus dos filmografías hasta la fecha. Filmada en parte con una cámara digital –lejos de ser algo común a principios de la década de 2000–, la película no se parece a ningún thriller de la época. La imagen, granulada y rica en detalles, muestra un Los Ángeles nocturno y sensorial, al borde de la irrealidad (ya encontramos, en fragmentos y en las líneas de las autopistas, la fascinación de Michael Mann de hacker para mundos interconectados y digitales).

La representación de la ciudad californiana, sexy y cálida, es sólo un recuerdo lejano. Michael Mann sólo parece interesado en espacios transitorios, lugares artificiales que nunca nos incitan a querer quedarnos allí como espectadores. La película, impregnada de la atmósfera solitaria de las metrópolis contemporáneas, comienza en un aeropuerto y termina en un metro. El taxi, presentado al principio como un lugar de comodidad, de intercambios (alegres o no), se cruza en el camino de un parásito, Vincent, interpretado por Tom Cruise, que lo convertirá en su carruaje mortal.

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