En el aniversario del 11 de septiembre, diga los nombres y luego cuente sus historias

En el aniversario del 11 de septiembre, diga los nombres y luego cuente sus historias
En
      el
      aniversario
      del
      11
      de
      septiembre,
      diga
      los
      nombres
      y
      luego
      cuente
      sus
      historias
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Han pasado 23 años desde aquella fatídica mañana de martes, cuando el cielo azul brillante del bajo Manhattan se oscureció por el humo y las calles y los edificios del centro se cubrieron de ceniza. De algún modo, todos nosotros –ya sea que estuviéramos allí en el World Trade Center, en oficinas, casas, escuelas o simplemente ocupados en los quehaceres de otro martes de septiembre– logramos encontrar la fuerza para ver un futuro más allá de esta tragedia impensable.

Hoy es ese futuro.

Mire hoy el campus del World Trade Center; está casi terminado. Se han levantado nuevas torres, se ha reconstruido la iglesia griega de San Nicolás, se ha abierto un centro de artes escénicas que lleva la fuerza vital del teatro y la danza al campus y, quizás lo más significativo para nosotros hoy, un museo que rinde homenaje al dolor, el heroísmo y el sacrificio del 11 de septiembre, y un monumento construido sobre las huellas de las torres norte y sur originales que da voz a quienes perdieron la vida el 11 de septiembre de 2001 y en el atentado con bomba al World Trade Center del 26 de febrero de 1993.

Dos mil novecientos ochenta y tres nombres están inscritos en los parapetos de bronce que rodean las huellas de las Torres Gemelas originales. También en el campus, un claro conmemorativo rinde homenaje a quienes murieron salvando vidas o por enfermedades relacionadas con el trabajo de recuperación. Y un jardín más pequeño y privado en Liberty Park rinde homenaje a los empleados de la Autoridad Portuaria que murieron por enfermedades relacionadas con el 11 de septiembre.

En 2024, una nueva generación ha alcanzado la edad adulta en las más de dos décadas transcurridas desde el 11 de septiembre de 2001. Venimos hoy a hacer más que “decir los nombres”, sino también a contar sus historias.

De niña, escuchaba historias de personas que habían sobrevivido no sólo a los horrores del Holocausto, sino también, como coreano-estadounidense, a las atrocidades cometidas contra mis antepasados. La única manera de aprender a afrontar el presente es comprender el pasado –el contexto– que precedió a este momento.

En los días y semanas posteriores al 11 de septiembre, las calles de Nueva York se cubrieron de carteles hechos a mano con los rostros de las personas desaparecidas. Aparecieron santuarios improvisados ​​en parques y plazas públicas.

Pude comprobarlo de primera mano cuando participé en un viaje legislativo a la Zona Cero con otros senadores estatales y el entonces gobernador interino Donald DiFrancesco. Habíamos subido a bordo de un barco de la Guardia Costera en Hoboken y, cuando atracamos cerca del lugar, allí estaban: un mar de notas personales, velas, fotografías, carteles y ositos de peluche. En conjunto, hablaban del dolor de los familiares, de la pérdida, la tristeza y el dolor indescriptible.

En toda la región, nos sentíamos atraídos a estos santuarios improvisados ​​para contemplar instantáneas espontáneas de hombres y mujeres, jóvenes y viejos, de todas las religiones, razas y nacionalidades. Sabíamos poco sobre quiénes eran, aparte de lo que una instantánea espontánea, una pequeña nota o un juguete o recuerdo olvidado podrían revelar.

A medida que nos acercamos al cuarto de siglo desde ese fatídico martes, necesitamos hacer más que decir los nombres: necesitamos contar sus historias. Todos los que conocimos a personas que deberían estar hoy con nosotros tenemos la responsabilidad de compartir con amigos y desconocidos las historias de quiénes fueron estas personas en vida.

Ésa es la deuda que nosotros – los vivos – tenemos con aquellos que fallecieron.

Reconstruimos torres, construimos monumentos conmemorativos, conmemoramos a los muertos, pero no podemos cambiar el curso de la historia, no podemos llenar sillas vacías en las mesas de la cocina ni llevar a un padre, una madre, un hermano, una hermana, un hijo, una hija o un amigo a una celebración de cumpleaños o a una boda. Eso no está en nuestro poder.

Pero podemos traer al presente a las personalidades que conocimos y amamos compartiendo con ellas historias de nuestras aventuras pasadas. A medida que avanzamos, debemos celebrar quiénes fueron estas 2.983 personas en vida. El día de hoy debe ser más que un reflejo de la pérdida; debe ser una oportunidad para celebrar a las personas extraordinarias que conocimos.

Debemos contar sus historias ahora, mientras las recordamos bien, para que esta nueva generación nacida después del 11 de septiembre sepa quiénes eran las personas cuyos nombres están grabados en bronce.

Todos nos reunimos después del 11 de septiembre para llorar y lamentar lo perdido, y luego para recuperar lo perdido y reconstruir un nuevo campus. Hemos hecho ese trabajo. Ahora tenemos una nueva tarea: contar las historias de los hombres y mujeres que conocimos y amamos. Contar esas historias a todos y cada uno de los que quieran escuchar.

Al hacerlo, ponemos el 11 de septiembre de 2001 en el contexto adecuado para que las generaciones futuras lo entiendan. No se trató de torres que se derrumbaron, sino de personas –de todas las religiones, culturas y razas– que se levantaron para ayudar a quienes estaban en apuros, ya estuvieran dentro o cerca de las Torres Gemelas o esperando a alguien que no regresara a casa del trabajo.

La historia del 11 de septiembre es una historia de bondad que surge de una tragedia desgarradora, de resiliencia y de la determinación de personas comunes que se convirtieron en… extraordinario para que un día pudieran honrar la memoria y las vidas de las 2.983 personas perdidas.

Diga los nombres. Cuente sus historias.

Kevin J. O'Toole es el presidente de la Autoridad Portuaria de Nueva York y Nueva Jersey.

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