Con el auge de la inteligencia artificial en la medicina, esta tecnología se está convirtiendo en un valioso aliado de la experiencia humana. Diagnóstico, investigación, intervención quirúrgica, la IA está en todas partes. ¿Hasta el punto de redefinir, o incluso sustituir, el papel de los médicos?
Por Philippe Emy.
En 1950, los conocimientos médicos se duplicaban cada 50 años. En 2010 esta duración se redujo a 3 años y medio, mientras que en 2020 este ciclo bajó a 73 días. La explosión del conocimiento médico de los últimos años está ligada al desarrollo de la inteligencia artificial (IA), que hoy marca un avance decisivo en el campo de la salud. Como lo demuestra la reciente concesión del Premio Nobel de Química a Demis Hassabis y John Jumper (directores de DeepMind, filial de IA de Google), distinguidos por el desarrollo de AlphaFold2, un modelo de IA capaz de predecir la estructura de las proteínas, que podría acelerar la investigación. en biotecnología y farmacología.
De la prevención a la asistencia quirúrgica
Las promesas de las nuevas tecnologías que utilizan inteligencia artificial en el ámbito de la salud son múltiples: prevención-pronóstico, diagnóstico, tratamiento, investigación, etc. Las aplicaciones de la IA en la salud ya son visibles en el día a día. Por ejemplo, los relojes conectados ahora pueden detectar trastornos del ritmo cardíaco y activar alertas si existe riesgo de accidente cerebrovascular. Gracias a estos dispositivos será posible establecer factores de predicción de enfermedades para cada individuo en función de sus características individuales (estilo de vida, genética, entorno).
La asistencia diagnóstica también está evolucionando rápidamente: las nuevas máquinas de imágenes médicas de alta resolución permiten detectar de forma más fiable y temprana pequeños tumores invisibles al ojo humano y orientar mejor los tratamientos. Una startup incluso ha desarrollado un algoritmo capaz de detectar precozmente la retinopatía diabética. Los sistemas de apoyo a las decisiones clínicas proporcionan una interpretación rápida y precisa de resultados, como la interpretación de un electrocardiograma. Se están desarrollando las consultas a distancia: una simple fotografía de una lesión cutánea se envía a una máquina que la analizará y, si es necesario, solicitará una cita con un dermatólogo, muy útil en los desiertos médicos.
En los últimos años, la IA también ha entrado en los quirófanos: las intervenciones quirúrgicas con robots se están generalizando, mejorando la comodidad del cirujano y del paciente y simplificando los procedimientos postoperatorios: el cirujano opera frente a una pantalla 3D que permite una mejor visión. Controla unos brazos articulados que realizan la operación con gran precisión. Gracias a la teletransmisión, la intervención también se puede realizar de forma remota. La IA hace avanzar la investigación médica al permitir descubrir nuevos objetivos terapéuticos, desarrollar nuevas moléculas y validar hipótesis científicas.
¿Tecnología confiable y segura?
Sin embargo, la integración de la IA en la medicina plantea cuestiones éticas y prácticas. Si la toma de decisiones de los algoritmos es autónoma, todas las desviaciones son posibles, como ilustra un reciente y controvertido estudio que pretendía detectar la homosexualidad de las personas a partir de fotografías de rostros. La supervisión humana es esencial, pero ¿será siempre posible? Al igual que la cuestión de la confidencialidad y la seguridad de los datos recopilados, no es inmune al creciente fenómeno de los ciberataques. La falta de regulación de la IA puede generar riesgos legales, éticos y profesionales en caso de mal uso o mal funcionamiento de la tecnología.
Si la IA está en el centro de la medicina del futuro, no sustituirá la relación médico-paciente ni el factor humano en el éxito de un tratamiento. Debe verse como una ayuda eficaz a las capacidades humanas y no como un sustituto.
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