yoEl 18 de julio, durante su confirmación como jefa de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen aseguró que “Los desafíos que plantea la migración exigen una respuesta europea basada en un enfoque justo y firme, basado en nuestros valores. Sin olvidar nunca que los migrantes son seres humanos como tú y como yo, y que todos estamos protegidos por los derechos humanos”.
Algunas semanas después, los europeos vuelven a dar muestras de desunión y de una flagrante falta de solidaridad. Al anunciar el 9 de septiembre, sin consulta previa, el restablecimiento de controles en sus fronteras, Alemania está en su derecho de hacerlo. El reglamento sobre la libre circulación en el espacio Schengen autoriza estas medidas, en particular en caso de amenazas a la seguridad.
En un contexto electoral difícil para la coalición liderada por los socialdemócratas, envía sin embargo un mensaje desastroso a sus vecinos, que se enfrentan hoy a los mismos desafíos del movimiento de solicitantes de asilo. El primer ministro polaco, Donald Tusk, juzgó “inaceptable” El restablecimiento de las fronteras, según su homólogo griego, deploró todo aquello que debilita el espacio de libre circulación.
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¿Por qué no deberían hacer lo mismo todos sus vecinos, empezando por Austria o la República Checa, dos países situados en la ruta de los migrantes que llegan desde el sur de Europa a la rica Alemania? Hay que recordar que esta última sigue siendo, con diferencia, el principal país de acogida de solicitantes de asilo que llegan a Europa, vía Italia, Grecia o los Balcanes. Si cada país asumiera sus responsabilidades, sería este último el que tendría que examinar los derechos de estas personas. Según el Acuerdo de Dublín, los países de primera entrada están obligados a acogerlas. Este sistema, por desgracia, ya no funciona.
Antes del verano, los Veintisiete habían conseguido finalmente ponerse de acuerdo sobre el pacto “migración y asilo”, que debería permitir introducir una dosis de solidaridad en el sistema actual, lo que permitiría aligerar la carga de trabajo de los países de primera entrada. Sin embargo, habrá que esperar hasta 2026 para que estas normas se pongan oficialmente en práctica.
Otras respuestas además de la improvisación
Mientras tanto, el cambio de postura alemán podría tener consecuencias desastrosas en Bruselas para las negociaciones sobre futuras normas, empezando por la próxima ley sobre devoluciones. Cada vez más Estados quieren poder expulsar a los solicitantes de asilo a su antojo, ya sea a terceros países o a los países de origen de esos ciudadanos. Sin embargo, al devolver a una treintena de afganos condenados por la justicia a su país, ahora sometido al régimen despiadado de los talibanes, Berlín ya ha roto un tabú tras haberse negado a hacerlo durante mucho tiempo.
Otros Estados miembros, entre ellos Austria y Chipre, también quieren expulsar a los sirios a sus países de origen, donde todavía reina el caos, y están presionando a sus homólogos europeos para que sigan ese camino. Por el momento, no se ha logrado un consenso.
Mientras los desequilibrios demográficos se acentúan, la difícil cuestión de la inmigración exige respuestas distintas a la improvisación y al sálvese quien pueda en una Europa en la que la izquierda permanece demasiado a menudo inaudible y prohibida frente a la histeria mantenida por una extrema derecha sin visión. La cohesión de la Unión Europea y los valores recordados por Ursula von der Leyen están en juego.
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