Detrás del histórico edificio de Bosch en Leonberg (Baden-Württemberg) se esconde un extraño terreno baldío. Es un inmenso rectángulo de tierra suelta, donde crecen unas cuantas briznas de hierba. En este lugar, en este rico y densamente industrializado suburbio de Stuttgart, las topadoras cerraron hace unos meses una enorme trinchera. Se trataba de sentar las bases de un nuevo edificio, destinado a uno de los proyectos emblemáticos de Bosch, el principal subcontratista de automoción del mundo: una ampliación de un centro de desarrollo creado en 2021, enteramente dedicado a la conducción autónoma, la mayor revolución automovilística del mundo. 21mi siglo.
Ella no verá la luz del día. El proyecto fue “rechazado”explica el grupo. El cuarenta por ciento de los empleados alemanes contratados para este fin serán compensados o reclasificados en otro lugar. Lo que debería ser el “Silicon Valley de la conducción asistida” se ha quedado sin sustancia, opinan los empleados. Bosch debería confiar en este ámbito en las innovaciones… producidas en China.
El símbolo es vertiginoso. Leonberg es uno de los lugares más afectados por el plan social anunciado por Bosch el 22 de noviembre, el segundo en pocos meses. En total, entre 8.000 y 10.000 puestos de trabajo podrían desaparecer en Alemania hasta finales de la década, prevé el industrial con 30.000 empleados y una facturación de 91.000 millones de euros, que no cotiza en bolsa y que hasta ahora es un empresario modelo. Lo más alarmante no es tanto el número de puestos eliminados como su naturaleza: muchos son puestos de desarrolladores de TI, en una de las áreas donde el grupo precisamente pretendía estar a la vanguardia mundial.
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