En Irak, la palmera datilera resiste la sequía como puede

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El dátil iraquí, un auténtico icono nacional, es el segundo producto de exportación del país, después del petróleo.

Descalzo sobre el áspero tronco de una palmera, con la espalda sujeta por un arnés de metal y tela, Ali Abed comienza a trepar para cortar racimos de dátiles. En Irak, el árbol que es un auténtico icono nacional intenta resistir valientemente a la sequía.

Irak, antaño apodado el país de los “30 millones de palmeras”, vio su cultura milenaria amenazada por conflictos, en particular la guerra con el vecino Irán (1980-1988), antes de que surgieran los desafíos del cambio climático en un Oriente Medio afectado por repetidas sequías.

12 toneladas en comparación con las 4 o 5 toneladas actuales

En la todavía exuberante campiña del centro de Irak, en la región de Al-Qasim, cientos de palmeras se erigen altas y majestuosas junto a viñedos y huertos.

En esta época de cosecha, en la provincia de Babilonia, las ramas se doblan bajo los pesados ​​racimos de dátiles amarillos o rojos. Los trepadores, que se levantan al amanecer para evitar las temperaturas abrasadoras, se suben con la fuerza de los brazos, apoyados en un arnés, y atan una cuerda alrededor de los troncos.

“El año pasado, los huertos y palmerales estaban sedientos, casi los perdimos. Este año, gracias a Dios, hemos tenido buenas cantidades de agua y la cosecha es buena”, dice Ali Abed, un agricultor de 36 años de la aldea de Biramana.

En la cima, los escaladores recogen únicamente los dátiles maduros para llenar una cesta que luego se desliza hasta el suelo, donde se vacía. La cosecha se coloca en recipientes y se carga en un camión.

Pero, reconoce Ali Abed, las cantidades que cosecha ahora están lejos de los altos niveles de antaño. “La mitad”, explica, antes eran “más de 12 toneladas”, frente a las “cuatro o cinco toneladas” actuales.

Se queja en particular del insuficiente compromiso del Estado, pues considera que las campañas públicas de pulverización con insecticidas, realizadas con aviones agrícolas, no satisfacen las necesidades.

22 millones de palmeras datileras

Sin embargo, desde hace más de una década, Irak trabaja para recuperar la palmera datilera, símbolo nacional y tesoro económico. Las autoridades, así como influyentes instituciones religiosas, han puesto en marcha programas y megaproyectos para fomentar la plantación y aumentar el número de árboles.

Un compromiso que ha permitido, “por primera vez desde los años 1980”, aumentar a “más de 22 millones” el número de palmeras datileras en Irak, después de que se hubiera reducido a ocho millones, se congratuló en agosto el portavoz del Ministerio de Agricultura, citado por la agencia oficial INA.

Porque durante la guerra entre Irán e Irak, en la frontera entre ambos países, Bagdad arrasó zonas enteras de palmerales, que se extendían a lo largo de kilómetros, para impedir la infiltración enemiga.

En la actualidad, los dátiles son el segundo producto de exportación más importante del país, después del aceite, y generan más de 120 millones de dólares (unos 108 millones de euros) al año, según el Banco Mundial. En 2023, el país exportó unas 650.000 toneladas de dátiles, según las estadísticas oficiales.

Paraíso perdido

Alrededor del pueblo de Janajah aparecen palmeras decapitadas, otras con ramas secas en la parte superior. “Todas esas palmeras que se ven están muertas a causa de la sequía, toda la región está sufriendo por ello”, lamenta el agricultor Maitham Talib.

“Antes había agua, la gente regaba abundantemente. Ahora necesitamos máquinas complicadas”, añade este cincuentón que ayuda a cosechar por la mañana. Considerado por la ONU como uno de los cinco países del mundo más expuestos a ciertos efectos del cambio climático, Irak ha vivido cuatro años de sequías consecutivas antes de beneficiarse este invierno de lluvias relativamente más generosas.

Además del aumento de las temperaturas y de las precipitaciones erráticas y decrecientes, el país sufre una drástica caída del caudal de sus ríos, que las autoridades atribuyen a las represas construidas río arriba por sus influyentes vecinos Turquía e Irán.

Kifah Talib, de 42 años, también denuncia los estragos de la sequía. Antes, “parecía un paraíso: manzanos, granados, cítricos y vides, todo crecía”, recuerda.

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