Tras habernos cautivado con películas como ‘La Bruja’, ‘El Faro’ o ‘El Hombre del norte’, podemos asegurar que Robert Eggers se consagra definitivamente con su última cinta; ‘Nosferatu’, una nueva versión de esta clásica y gótica historia de amor y terror que seguro conseguirá hacer de estas navidades algo más perturbador. Esto ya lo demuestra con esa preciosa e icónica primera secuencia, una que nos deja claro que no estamos solamente ante un remake, sino ante una resurrección, una película que honra sus raíces al mismo tiempo que se hace su lugar en el cine de terror moderno con algo completamente escalofriante y hermoso. Eggers no sólo recrea o adapta la historia original, sino que la transforma en algo exclusivamente suyo, y se nota.
La película está situada a principios del siglo XIX y nos presenta al Conde Orlok (Bill Skarsgård), que planea comprar una propiedad en la ciudad portuaria alemana ficticia de Wisborg con la ayuda de un ayudante secreto que consigue engañar a un inocente y joven agente inmobiliario (interpretado por Nicholas Hoult) para que realice un peligroso viaje a su castillo de cara a supervisar la firma del documento en persona. Pero este tiene otros planes en mente, ya que su objetivo es conseguir la sangre de la recatada novia del jovena quien da vida Lily-Rose Depp, por quien ha desarrollado una pasión a través de sus sueños.
La película de Murnau de 1922 tomaba muchas partes sin permiso de la novela ‘Drácula’, de Bram Stoker, de 1897, cambiando los nombres de los personajes para evitar demandas judiciales, aunque es evidente el parecido con esta obra. Sin embargo, Eggers da crédito también a Murnau en esta cinta, usando una plaga de ratas para retratar la llegada del vampiro a Alemania. El director consigue captar la esencia del expresionismo alemán con una cinematografía y una iluminación impresionantes, al tiempo que nos ofrece unas actuaciones que resuenan a un nivel profundamente emocional.
Sin duda, todo el reparto está en su mejor momento, destacando a la brillante y muchas veces infravalorada Lily-Rose, cuyo acting corporal es también fascinante. El actor de teatro alemán Max Schreck fue el vampiro que da título a la película en la versión de 1922, y Klaus Kinski lo fue en la versión de Werner Herzog de 1979. Pues bien, ahora es el turno de Bill Skarsgård de asustarnos metiéndose en la piel (muerta) de este chupasangres que permanece semi-oculto durante gran parte de la película. Estamos ante un Nosferatu bastante diferente al que nos han presentado anteriormente, algo que puede ser de agradecer pero cuya apariencia fue lo que menos nos convenció de esta nueva versión, mostrándonos a un Bill totalmente irreconocible y menos icónico que sus anteriores versiones.
En cualquier caso, Eggers vuelve a deleitarnos con algunos momentos igual de bellos que inquietantes(especial mención a ese plano final), regalando al espectador una cinematografía exquisita mientras crea una película con la que da la sensación de que estamos descubriendo algo antiguo y aterrador que ha sido desenterrado para una nueva generación. Los movimientos de cámara te mantienen alerta, llevándote de la mano a ese inquietante y atmosférico universo que Eggers consigue crear. Además, la gran cantidad de efectos prácticos también logran darle esa sensación de realismo que tiene como resultado una película de terror que el espectador sentirá como auténtica, aterradora y refrescante en la que la oscuridad es una protagonista más.
En definitiva, estamos ante una carta de amor al concepto original, inteligentemente respetuosa y bastante fiel que conquistará a todos los amantes de lo gótico, los vampiros y a los fieles de Eggers.
Lo mejor: su dirección, algunos increíbles planos y Lily-Rose Depp.
Lo peor: el aspecto del nuevo Nosferatu.
Por Pablo Pastor.