lEl tráiler ya provocó un ligero malestar. Viendo la película (1h24) ¡Empezar a trabajar! nos ha confirmado esta impresión: su codirector, François Ruffin, ama a la gente, lo sentimos, lo sabemos, lo vemos, pero su sentido del marketing, digno de un director de Endemol, corre el riesgo, a fuerza de engañar a a él. Sin embargo, la intención inicial es loable: resaltar, en la pantalla, la dureza de la vida de los trabajadores con salario mínimo. Pero Ruffin tiene que ponerse constantemente en escena, y ahí es donde se vuelve embarazoso y cuestiona las intenciones del tal vez candidato a las elecciones presidenciales de 2027. ¡Sobre todo porque no está solo!
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En el representante electo del Somme aparece Sarah Saldmann, abogada y columnista de televisión. Abandonando por un tiempo su mundo de lujo, entre el Ritz y el Plaza-Athénée con su croque-monsieur de trufa que cuesta más de 50 euros, se va al encuentro de una Francia que no conoce. ¿Qué decir de ella? ¿Es ella así en la vida real? Nos negamos a creerlo. ¿Es esta caricatura de una consumidora hipermaterialista, que exhibe su “lista de deseos” en la superficie y que ignora el valor del dinero, el coste de la vida y, además, se permite insultar a los desempleados? Inteligente, François Ruffin le dio el papel principal. Sí, porque ella es la cabeza de cartel, en la que también aparece en forma de… caricatura, y no las personitas, que a veces parecen extras…
“Dije mierda”
Todo empezó con un debate en el plató de RMC donde la joven mostró su desprecio por los “glandus” y los “vagos”. Presente, el diputado lo desafía a vivir con un salario mínimo durante uno o dos meses. Vaya por “una semana”, coincide el abogado. En el papel de Cruella, será perfecta.
Así comienza, no una película de inmersión sobre las dificultades de un trabajo con salarios de miseria, sino una película de realidad con planos, música y una historia de un choque cultural acentuado por los preciosos modales de la mujer en inmersión. Frente a un bar de PMU, deslumbrada al ver este cartel, saca su teléfono para inmortalizar el escaparate. Además, compara el Salón Agrícola con una “semana de la moda”. Para ella, se trata de vivir la vida de un repartidor, de un ayudante a domicilio, de un técnico, de un manipulador, de un voluntario, de una señora de la limpieza, de un futbolista, y renunciar, por un tiempo, a los atributos de su clase social que son sus tacones y su bufanda de piel. “¡Estoy por la reinserción social de los ricos! » bromea Ruffin, para ti y para ti con el columnista de televisión.
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canguro del dia
Respuesta
Obviamente tiene el papel correcto. Al principio, peor que una macronista, Sarah Saldmann está angustiada por la estupidez y los prejuicios sociales. Ruffin, que exagera el tipo común y corriente, interviene para “reeducarla”, para mostrarle la realidad de esta Francia sufriente, desde Boulogne-sur-Mer hasta Lyon, pasando por Abbeville, Grigny y Bléré. El casting es perfecto, representativo del país. Ruffin sabe cómo hacerlo, incluso en sus libros. Poco a poco, ante los juicios y testimonios de estas trabajadoras, la joven pierde la dureza, muestra empatía, reconsidera sus palabras (“dije una mierda”) y hasta suelta algunas lágrimas ante el testimonio de una empleada del hogar. (1.000 euros al mes) quien explica que no es el dinero lo que cuenta, sino la sonrisa en los rostros de las personas ayudadas.
Subiendo los escalones
El único interés real de este reality está en la emoción, la dignidad y las palabras de estos trabajadores que nos hubiera gustado ocupar más espacio, más tiempo. Algunas escenas son conmovedoras, otras provocan sonrisas, como aquellas en las que los futbolistas cantan a coro en el vestuario o los niños bailan para Halloween. La película termina con una falsa subida de pasos de todos estos trabajadores, como si, consciente de haber hecho demasiado con Sarah Saldmann y con él, Ruffin quisiera volver a centrar el tema en ellos, los verdaderos actores de sus vidas. Y si no quedó claro, lo repite, lo repite: “¡El tema son las personas, y no Sarah Saldmann!”. ” Comprendido ?