“El rapto”, de Marco Bellocchio: nuestra reseña

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Por María Sauvion

Publicado el 17 de mayo de 2024 a las 8:00 a.m.

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Dl asesinato de Aldo Moro, Marco Bellocchio hizo una película fascinante (Buongiorno, nota, 2003) y una serie magistral (Nota externa, 2022). Otra época, otro secuestro, otro terremoto nacional, Levantar Narra la separación de un niño judío de su familia por las brigadas del Papa-Rey, en 1858. Bautizado en secreto, cuando era un bebé, por un sirviente preocupado por la salvación de su alma, Edgardo Mortara, de 6 años, se convierte en “cristiano para la eternidad”. Y, a pesar de un escándalo mundial, el rehén mimado de un Pío IX con un poder temporal en decadencia.

El maestro crea una película increíble, una historia de lavado de cerebro que desemboca en el síndrome de Estocolmo. El niño pacientemente convertido en sacerdote abandonará la fe de su madre por la del Santo Padre. Por supuesto, es para la Iglesia a la que Bellocchio, siempre destructor de instituciones, reserva sus dardos, un juicio e incluso una extraña pesadilla cuando el Papa fantasea con su cama rodeado de rabinos que han venido a circuncidarlo contra su voluntad.

Una vez más entrelazando lo íntimo y lo político, el cineasta construye cautivadoras escenas de espejos: la madre esconde a su hijo bajo sus faldas para mantenerlo alejado de sus secuestradores; el Papa lo esconde bajo su hábito rojo para ayudarlo en un juego de escondite. Cuando no se trata de humor agudo, la película avanza con movimientos operísticos, con violines sobre imágenes de caballos al galope en la noche, acentos desgarradores sobre la madre a la que se le ordena huir o sobre el padre desesperado. Poderosamente orquestados, estos ascensos emocionales resultan ser desgarradores imparables.

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