En primer lugar, el entorno: un imponente campanario de granito, uno o dos tractores, un ayuntamiento con las contraventanas de un azul ligeramente descolorido, campos de maíz en plena hibernación, la luz gris de un cielo nublado. Luego, los personajes: niños impacientes por salir al recreo, una profesora con los ojos húmedos, padres un poco locos, antiguos alumnos con recuerdos un poco borrosos. Y sus recuerdos afloran a la superficie: el ruido alegre que producen cinco niños cantando en bretón a todo pulmón, hacinados en un coche viejo, el sabor de la cucharada de miel de zarza que esperamos todo el día, el olor acre del aceite escapando de las entrañas del Amoco Cádiz, el aire helado del patio, las temidas cosquillas de una pelea en las dunas.
Joëlle Perrot no vivió directamente estos momentos desde la primera escuela Diwan. Pero el exprofesor del Diwan de 1979 a 2010 recopiló pacientemente huellas, con la ayuda de paneles explicativos, fiestas de cumpleaños y reseñas de prensa. Esta mañana de noviembre, la jubilada de pelo corto nos recibe con un plumífero negro y los brazos llenos de álbumes de fotos, para hacer de guía local. Dirígete al ayuntamiento de Lampaul-Ploudalmézeau, a dos pasos de la iglesia. En la fachada gris, una placa de mármol negro con inscripciones doradas recuerda sobriamente: “Aquí nació la primera escuela Diwan. Mantener viva la lengua bretona, la lengua de nuestros antepasados” (Aquí nació la primera escuela Diwan. Para que viva el bretón, la lengua de nuestros antepasados). No poco orgulloso, el alcalde de este pueblo de 800 almas del norte de Finisterre entra a saludarnos.
Un poco antes, Joëlle nos regaló un panel rosa realizado con motivo del 15º aniversario de la escuela. Profesores y padres documentaron el año escolar de 1977: actividades en la playa, ancianas con tocados charlando con una niña, artículos de prensa e incluso la primera factura, la del salario pagado al profesor. Gran parte de los archivos han desaparecido, carcomidos por la podredumbre. Pero lo que queda nos ayuda a sumergirnos en la atmósfera de la época.
“Hazlo”
Todo empezó hace cuarenta y siete años, cuando a un puñado de padres jóvenes les surgió una idea un poco descabellada: ofrecer a sus hijos pequeños una educación íntegramente en bretón. En aquel momento, no se había intentado nada parecido desde la efímera experiencia de una escuela bilingüe en Plestin-les-Grèves, en 1942. La ley Deixonne de 1951 sólo preveía autorizar a los profesores “utilizar las lenguas locales en las escuelas primarias y infantiles siempre que puedan beneficiarse de ellas para su enseñanza”. Y esto durante una hora semanal, a petición de los profesores y de forma opcional…
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