Es al pie de la antigua tribuna, en una pequeña habitación al fondo de la cocina, donde un grupo de mujeres está ocupado. Este viernes por la tarde se reunieron sobre las 14.00 horas, pelador en mano, para pelar los kilos de verduras necesarios para preparar el plato que se servirá al día siguiente. El desafío es significativo. Cuente “50 kg de patatas, 25 kg de zanahorias, 15 kg de col blanca, 18 kg de puerros, 10 kg de apio, 5 kg de cebollas, 1 kg de ajos, un manojo de perejil y seis manojos de cebollino”, enumera Verónica Herzl.
“Cocinar en grandes cantidades, cocinar a fuego lento durante mucho tiempo y preparar con amor” es el pequeño secreto que hace que este plato sea un éxito, nos revela Suzanne Kohler. Aquí todo es local. Las verduras proceden de Pontenet y Moutier. Así que no se puede desperdiciar las buenas cáscaras. Algunos irán a parar a los animales y el resto volverán a la naturaleza. Una vez que las verduras estén listas hay que volver al día siguiente de madrugada para seguir preparando el guiso.
El sábado por la mañana, entre las 5:30 y las 6:00 horas, se encienden las ollas militares. A la entrada del antiguo stand, el olor llega al paladar. En la cocina, el frío del día anterior ha dado paso al calor húmedo de las tinajas que perfuma el local con olor a cocido. Pascal Tobler, que supervisa la preparación junto a los cocineros, levanta una tapa bajo la cual podemos ver los trozos de carne. “Es una tradición cocinar carne en estas viejas ollas militares”, confiesa. En 27 ediciones, si hay algo que no ha cambiado es el precio del pot-au-feu, “son 5 francos”, especifica Mélanie Freiburghaus. La receta parece gustar, “a la gente le encanta y por eso vuelve cada año”, añade la joven. Si no sabemos el número de comidas servidas, una cosa es segura: al final no queda ni una migaja de este guiso. /vfe
Swiss