Mélenchon, Lozère y los intelectuales

Mélenchon, Lozère y los intelectuales
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DO'es una frase entre muchas otras. Una de esas que hieren, desprecian y amplían la distancia que separa a ciertos políticos del mundo rural. Se la debemos a Jean-Luc Mélenchon, que declaró recientemente, durante la universidad de verano de LFI, sobre los habitantes de Martinica, citando de pasada al psiquiatra Fanon, a los escritores Césaire, Glissant y Chamoiseau: “Siempre han cultivado un cierto sentimiento de élite intelectual”. Y el líder de La France insoumise añadió: “No se puede decir 'estamos en cualquier parte'”. Un elogio que, por supuesto, puede ser universal. Pero luego, en el proceso, el señor Mélenchon no pudo evitar el desliz al citar de manera poco amistosa otro departamento francés: “En Lozère, no hay eso, sólo hay que darse cuenta”.

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Obviamente, dicha diatriba no pasó desapercibida y provocó una ola de indignación, desde la alta meseta de Aubrac, que el escritor Julien Gracq llamó un formidable «país de aire libre», hasta las Cevenas atravesadas por Robert Louis Stevenson, quien declaró: «La política es quizás la única profesión para la que no es necesaria ninguna preparación».

¿Ignorancia o provocación?

¡Y aquí estamos! Porque, en efecto, ¿cómo puede alguien que ha ocupado varios puestos en las colectividades locales, que ha sido diputado francés y europeo, senador e incluso ministro delegado permitirse evaluar sobre la marcha el coeficiente de inteligencia de un departamento? ¿Cómo puede olvidar, de hecho, al médico y político Théophile Roussel, al científico Jean-Antoine Chaptal, al cirujano Gui de Chauliac, al escritor Jean Larteguy, al ingeniero Léon Boyer, al anatomista Henri Rouvière o, entre otras personalidades nacidas en Lozère, a Marie-Rose Brugeron, Justa de las Naciones, y al resistente Henri Bourrillon? ¿Qué diría el señor Mélenchon si yo subestimara la materia gris de los murcianos, en Andalucía, donde nació su abuelo paterno, al igual que mis abuelos maternos nacieron en un pequeño pueblo cerca de Aumont-Aubrac, donde descansan para la eternidad, precisamente en Lozère? Obviamente, encontraría el análisis ridículo y la acusación fuera de lugar.

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Para medir el alcance de sus palabras, el señor Mélenchon debería trasladarse a Margeride o a Gévaudan. Debería discutir con aquellos que, al caer la tarde, bajo la lámpara amarilla de las cocinas de pueblo, tienen la costumbre de pasarse la mano entre la frente y la boina, es decir, de pensar antes de hablar. Esas personas, que a menudo son excelentes narradores, no confunden jamás la fábula con el efecto, tienen sentido de la palabra dada, se ríen de las consideraciones folklóricas y saben, sin embargo, dónde están los límites de la aflicción y los de la realidad.

Sectarismo intelectual

Ciudadanos considerados con demasiada frecuencia como subordinados, pero solicitados en el momento de los sufragios, tal vez no cumplan, según el admirador de Castro, Chávez y Trotsky juntos, los criterios necesarios para la construcción del espíritu. Y por lo tanto no estarían lo suficientemente instruidos para ser considerados como intelectuales. Sin embargo, han sabido mantener y desarrollar una economía, así como han sabido, en particular gracias a sus conocimientos, cómo preservar un territorio. Intelectuales de la tierra, lejos de la intimidad parisina donde algunos licenciados se dedican a palinodias grotescas, han sabido resistir a los caprichos alentados por el señor Mélenchon y sus aliados ecologistas que no conocen, quiero repetirlo aquí, el uso o el precio de la herramienta.

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En este sentido, hay que estar dotado de una inteligencia formidable y de una abnegación para mantener a los hijos en el país, frente a quienes se pasan el tiempo denigrándolos y estigmatizándolos. Sí, hay que ser lo suficientemente ilustrado, lúcido y perspicaz para preservar la inducción en este territorio a veces áspero y hostil, para seducir a los recién llegados frenando al mismo tiempo el turismo de masas y para ofrecer un panorama impresionante a los fotógrafos de todo el mundo sin molestar a las vacas de ojos de ónice.

Allí, señor Mélenchon, reside la inteligencia, no en la educación de aquellos de los que a veces hay que desconfiar porque nunca han salido de la escuela, sino en esta tierra de granito donde el olor de la retama, del abeto de Douglas, de la genciana y del heno cortado se mezcla con las conversaciones que forman el mundo en el rincón de las chimeneas. Lejos, muy lejos, de esos ultrajes a los que usted se ha acostumbrado.

* Jean Paul PelrasA su vez, horticultor, sindicalista agrario, escritor, autor de una veintena de obras y periodista, es regularmente solicitado por los medios de comunicación para expresar su opinión sobre cuestiones agrícolas y de la ruralidad.

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