De Buick y Broc: Roadmaster, de Stephen King

De Buick y Broc: Roadmaster, de Stephen King
De Buick y Broc: Roadmaster, de Stephen King
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Aparece en todas sus formas: sólida, gaseosa, líquida, incluso impalpable, y sigue evolucionando en el tiempo para cuestionar este factor central en nuestras vidas. O sea, como quieren las novelas de terror, ella está en todos sus estados.

Lo que el libro cuestiona es ante todo la parte realista del sustrato novelístico, cuya parte esencial es humana, ligada a los personajes. Este esencial es doble, si se quiere: toca los sentimientos y los cuerpos, que son obsesivos. Bajo duras pruebas, estos últimos son examinados por el autor, en tiempos de crisis. La matanza en la carretera ofrece la oportunidad que atormenta la novela, así como la cara indescriptible en la que se encuentran los policías estatales a causa del Buick, que luego experimentan disgusto, angustia -cuando no es terror- que se expresan de forma orgánica. nivel.

Mezclado con su opuesto, lo irreal no queda fuera del libro. Ocultando una puerta dimensional de fuerza mayor, el Buick en torno al cual gira toda la novela cristaliza esta parte ficticia. Sensible a los monstruos extraterrestres que engendra el coche maldito, esta parte sigue siendo sensible a través de los efectos luminosos que genera el Buick cuando se activa, que marcan la obra en un lujo de invención verbal que asume una importancia primordial. De hecho, a través de estos juegos chispeantes, el autor suscita el hipersigno de la ficción: la luz, sobre todo porque transforma lo que es y crea ilusiones que constituyen el cine en particular.

En otro nivel, más allá de los dramas que ilumina, la obra cuestiona la sustancia de la que están hechos los destinos, a través de la metáfora de las cadenas que forman nuestra existencia y que Sandy Deaborn, el primer narrador, teje. A menudo ocultos, los eslabones de estas cadenas se nos escapan para arreglar lo que nos sucede, sin que podamos hacer nada al respecto. Débil por esto, bien se podría ser fatalista, respira la sabiduría del libro, básica y primitiva, del sentido común.

Además, las experiencias que lo encontraron adquieren matices metafísicos. El terrorífico espacio-tiempo al que accede el Buick subraya esta dimensión de la obra, que al final resulta evidente. Lo desconocido sin límites que la ficción puede representar se revela así como una ley de nuestra condición humana, como indica este diálogo entre Ned, el joven recluta de la historia, y Sandy, a punto de jubilarse, después de que el segundo comparara Buick a una pieza del rompecabezas que se resistía a la realidad y Ned respondió que no entendía lo que eso significaba:

Bueno, piénsalo, dije. Porque tendrás que vivir con ello.

– ¿Cómo voy a hacer? preguntó.

Ya no había rastro de ira en su voz. Su ira se había calmado. Ahora no quería nada más que ser guiado. A la buena hora.

– Tú tampoco sabes de dónde vienes ni hacia dónde vas, ¿verdad? Le pregunté. Pero también hay que vivir con ello. Es mejor no despotricar demasiado al respecto. No pases más de una hora al día agitando los puños por encima de la cabeza y maldiciendo al cielo.

– Pero…

“Los Roadmasters están en todas partes”, dije.

La moralidad de Sandy es clara, a nivel humano: para él no es apropiada la rebelión metafísica, sino más bien una aceptación mesurada. Una de las formas que puede adoptar esta revuelta es, además, una sed devoradora de conocimiento, que como vemos llevó a Curt Wilcox, el padre de Ned, que fue brutalmente asesinado. Si existe en algún lugar, la felicidad está en la Tierra, dentro de los límites que ello implica, aunque signifique jugar a la ficción para escapar de ella.

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