La novela no es vida, incluso cuando quiere dar sensación de vida. Porque la vida, de hecho, es “lleno de coincidencias y trivialidades” y el novelista no puede quedarse con todo, advertía Maupassant en el prefacio de Pedro y Juan (1888), este argumento en apoyo: “El número de personas que mueren cada día por accidente es considerable en la Tierra. Pero, ¿podemos dejar caer una teja sobre la cabeza de un personaje principal, o arrojarlo bajo las ruedas de un coche, en mitad de una historia, con el pretexto de que hay que tener en cuenta el accidente? Surge la pregunta y la británica Rachel Cusk, sin duda, se la plantea de forma más directa que otros escritores, ella quien –en particular desde la trilogía Outline (Dicen, Tránsito y Prestigio, recogida en un volumen en Folio)- parece llevar la novela al límite, hacia ámbitos cercanos a la filosofía o al psicoanálisis.
Así que este nuevo libro comienza más o menos con este mosaico: “Una mañana, mientras caminaba por una calle tranquila y soleada donde la gente estaba sentada en las terrazas tomando café, alguien me golpeó fuerte en la cabeza”. Sin motivo aparente y la persona desaparece. “Poco después se me ocurrió que me habían asesinado y aún así seguía con vida”. y, una reflexión tras otra, nos encontramos como siempre en esta obra cada vez más singular, desfasada, desplazada, puesta patas arriba.
El artista G comienza a pintar al revés.
En la penúltima novela de Cusk traducida al francés, Adicción (Premio Femina extranjero 2022), era una cuestión de arte, de incomunicabilidad, de decadencia. Desfile De alguna manera continúa por los mismos motivos. En cuatro grandes capítulos (¿o son partes? ¿Noticias?), los artistas o personas de su entorno se ven envueltos en cosas violentas, curiosas y desestabilizadoras. Cada vez, el artista se llama G (en Dependencia, los personajes principales se llamaban M y L).
En “la Cascadeuse”, G, “Quizás porque no había encontrado otra manera de entender su lugar en la historia”, por ejemplo, de repente empieza a pintar al revés. Un día recibe la visita de un novelista. “Quiero escribir al revés”, exclamó esta mujer sumamente conmovida”. – y sin duda podemos proyectar al autor en ambos. En “La Sage-Femme”, el pintor G crea una serie de pinturas eróticas donde, “ella creyó”, su amargura estaba oculta, pero con Cusk todo se revela, a veces con crueldad. Más adelante, en “El buzo”, el director de un museo presenció un suicidio. Tras asistir a la exposición actual (¿el artista expuesto? Se llama G), el visitante se lanza al vacío desde los pisos superiores para estrellarse contra el atrio. ¿Fue su acción premeditada? ¿Podrían las obras haber estimulado su acción? El libro termina con “El espía” (y no “La esperanza”), donde seguimos a un cineasta llamado G. “Una novela era una voz, y una voz tenía que pertenecer a alguien”. El de Rachel Cusk es sólo suyo.