El doctor Steven Palanchuck dice que ha tenido pensamientos suicidas y está lejos de ser el único afectado por un sistema de salud que parece insensible a las experiencias de los cuidadores.
Publicado a las 6:00 a.m.
Steven Palanchuck
Médico, Montreal
Soy médico. Mi vida diaria es cuidar, escuchar y tranquilizar a mis pacientes en sus momentos más vulnerables. Es una elección de vida que tomé y no me arrepiento.
Pero a pesar de este profundo compromiso, pasé por períodos en los que los pensamientos más oscuros me perseguían: momentos de duda tan profunda que me hicieron considerar lo impensable. Y sé que no estoy solo. Quiero tranquilizarles: he tomado medidas concretas para superar esta terrible experiencia y estoy rodeada de una red de apoyo*.
A lo largo de los años, he perdido compañeros, amigos, cuidadores tan dedicados como yo, que acabaron con sus vidas, aplastados por un peso que llevaban en silencio.
Rara vez hablamos de ello, y sólo en voz baja, entre nosotros, en los pasillos del hospital, como si el simple hecho de reconocer este sufrimiento pudiera sacudir todo nuestro sistema. Pero éste no es un fracaso individual; es un fracaso colectivo, el de un sistema que abandona a quienes están ahí para cuidar de los demás.
El sistema sanitario, que se supone debe apoyarnos, a menudo nos deja solos ante nuestro propio agotamiento. Se nos pide dar cada vez más, día tras día, sin fallar jamás, en condiciones que agotan incluso a los más resistentes. Estamos entrenados para gestionar el dolor de los demás, pero nunca para reconocer nuestros propios límites ni para pedir ayuda.
Un problema social
Sin embargo, la salud mental de los cuidadores no es sólo un problema personal; es un tema que concierne a toda la sociedad. Si perdemos a quienes salvan vidas, todo nuestro sistema de salud colapsará.
Este silencio en torno al sufrimiento de los cuidadores es insostenible. Crea un peso invisible que muchos de nosotros llevamos solos. Somos vistos como pilares sólidos, “ángeles de la guarda”, pero ¿a qué precio? El cansancio, el estrés emocional y la sensación de no hacer nunca lo suficiente acaban carcomiéndonos por dentro. Pedir ayuda a menudo se considera una admisión de debilidad, como si mostrar nuestra humanidad traicionara nuestro papel. Pero, ¿cuántos cuidadores tendrán que colapsar aún para que el sistema pase de las ilusiones a la acción?
Hablo para romper este silencio, porque no podemos seguir así. Es vital crear un espacio donde los cuidadores puedan hablar sobre sus luchas sin vergüenza ni juicio.
Ya no basta con tener unas pocas líneas de escucha o soluciones de superficie; Necesitamos una verdadera cultura de apoyo, donde nuestro bienestar se tome en serio, y no sólo en las jornadas temáticas de salud mental o en los grandes planes estratégicos institucionales.
Nada cambiará si nos quedamos en silencio. Al negarnos a ver esta realidad, perpetuamos un sistema que desgasta a quienes se dedican a los demás, a veces hasta el punto de perder la vida.
Hoy hago un llamamiento a los responsables de la toma de decisiones, a los administradores de las redes de salud, a nuestras órdenes profesionales, a los sindicatos y a los dirigentes del establishment: es hora de reconocer el sufrimiento de los cuidadores, de convertirlo en una prioridad y de construir un sistema en el que la compasión fluya en ambos sentidos.
La salud de los cuidadores no es un privilegio, es una necesidad imprescindible. Para que podamos seguir curándonos, ya es hora de que alguien nos cuide.
*Si este mensaje de texto te hace sentir angustiado, hay ayuda disponible las 24 horas del día, los 7 días de la semana.
1-866-LLAMADA (1-866-277-3553)
Info-Social 811
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