En su gran jaula, contra la pared del fondo, los periquitos saltan de percha en percha y charlan con entusiasmo. En el centro del pequeño patio de cemento, los limoneros ofrecen su sombra y sus frutos. En Otayba Odeh, en el barrio de Silwan de Jerusalén Este, la paz está amenazada. Como lo demuestra, a cien metros de este refugio, una maraña de tramos de mampostería, barras de hormigón retorcidas, muebles y objetos aplastados. El caos polvoriento es lo que queda del centro comunitario de Al-Bustan, que lleva el nombre de este subbarrio de Silwan, del que estaba a cargo Odeh. Las autoridades israelíes, que gestionan esta parte ocupada y anexionada de la ciudad, la destruyeron el 13 de noviembre, juzgando su construcción “ilegal”.
La asociación Al-Bustan era la única de su tipo en Silwan, un barrio desprovisto de espacio público para sus aproximadamente 30.000 residentes palestinos. Esto no frenó a los trabajadores de la demolición. Junto a la montaña de escombros, Odeh ya ha retomado las actividades del centro al aire libre: exploración, taekwondo, danza tradicional o asistencia psicológica. “No debemos ceder, ni por un momento debemos rendirnos”dijo.
De regreso a casa, finge divertirse contando: “Somos una familia de veintiuna personas que vivimos en tres casas, en tres barrios diferentes de Silwan. Somos objeto de tres procedimientos –ya sea de destrucción o de expulsión– en tres tribunales diferentes. Absorbe todo nuestro dinero, todo nuestro tiempo, toda nuestra energía, toda nuestra vida. » Su padre empuja la puerta y se dirige hacia su propia casa. El señor Odeh le informa: “Mañana nos citarán nuevamente a los tribunales. » El viejo asiente. Su hijo lo ve partir con tristeza: “Trabajó cuarenta y ocho años como conductor de autobús y nunca tuvo el más mínimo problema, el más mínimo incidente. Y allí, al final de su vida, lo quieren tirar a la calle, quitándole lo único que posee: su casa. »
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Creado en 2012, el centro comunitario contó con el apoyo del gobierno francés y veintiuna autoridades locales. Se habían establecido vínculos entre las ciudades francesas y los habitantes de Silwan, se había desembolsado medio millón de euros a lo largo de los años para apoyar la estructura en la que mil jóvenes de este barrio palestino venían a divertirse, practicar diversos deportes, reunirse entre sí. La financiación fue valiosa, aunque quizás menos, que el apoyo así mostrado al centro y a los residentes amenazados por las órdenes de destruir sus casas.
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