El domingo por la tarde, Peter Magyar acudió a desafiar el poder en el bastión del protestantismo húngaro y bastión del Fidesz: en Debrecen, la segunda ciudad del país, situada en su parte oriental, no lejos de Rumanía. En la plaza central dominada por la iglesia calvinista, veinte mil personas acudieron para escucharle denunciar la corrupción, las mentiras y la propaganda que lo difama y manipula a los votantes. “No necesitamos un Ministerio de Propaganda, sino un Ministerio de Educación, Salud y Medio Ambiente”, dijo durante un discurso que duró más de una hora.
Un producto de la élite conservadora
El novicio aprendió rápidamente y ya sabe arengar a la multitud, con cierto carisma. ¿Novato? No del todo. Peter Magyar, de cuarenta y tres años, no surge de la nada. Proviene de una familia de abogados y de la élite conservadora de Budapest. Su abuela materna era hermana del presidente de la República Ferenc Madl, su abuelo fue juez del Tribunal Supremo y su madre ocupa un alto cargo en el poder judicial. Fue sucesivamente abogado mercantil, diplomático al servicio del gobierno de Fidesz en la Unión Europea y alto funcionario.
Su “ni derecha ni izquierda, simplemente húngaro” y sus promesas de poner fin a la guerra cultural que ha dividido al país en dos apelan a una sociedad brutalizada. “Este país está completamente dividido en dos. Las familias, los amigos, están divididos.”, testimonian Gerda, arquitecta, y su padre Gyula, ingeniero jubilado, que llegaron en tren desde la capital. Peter Magyar también representa un salvavidas para aquellos que han perdido toda esperanza en los partidos de la oposición. “La sociedad se ha hundido en la apatía. Ya no creemos en los partidos de la oposición, han fracasado demasiado. En realidad, se han convertido en la otra cara del sistema. Magyar tiene la capacidad de conmover a la gente, por eso vamos a apoyarlo para mostrar nuestro descontento y también porque con él podemos ganar.“, ellos esperan.
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La oposición al revés
Éste es el límite del fenómeno en esta etapa. De momento, la irrupción de Peter Magyar está redistribuyendo las cartas en la oposición, pero no parece llegar al corazón electoral del Fidesz, aunque está perdiendo impulso. Desafiado por este adversario inesperado, el gobierno está redoblando su afán por demonizar a sus oponentes, inyectando sumas considerables en publicidad en las redes sociales y en exhibiciones públicas. “¡Los compraron por kilos!”, proclaman carteles de una organización vinculada al Fidesz, sobre figuras de la oposición que supuestamente sirven a intereses extranjeros. Otra salva los presenta, así como a Peter Magyar, como lacayos de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dispuestos a servir al pueblo húngaro un menú compuesto por la migración, la Tercera Guerra Mundial y la teoría de género. Una variación del tríptico de campaña de Viktor Orban decía en húngaro e inglés: “No migración, no género, no guerra”.
En Debrecen, lejos de las obsesiones del gobierno nacional populista, los manifestantes están mucho más preocupados por las consecuencias sanitarias y medioambientales de la megafábrica china de baterías eléctricas que crece en las afueras de la ciudad. Probablemente Viktor Orban no los escuche. Se prepara para recibir al presidente chino Xi Jinping durante tres días.
