Considerado por su Omega 3 y sus beneficios dietéticos, el salmón noruego no está en buena forma en las piscifactorías donde se cría.
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Casi 63 millones de salmones -un récord- murieron prematuramente el año pasado en grandes jaulas sumergidas en los fiordos del país escandinavo, el mayor productor mundial de salmón del Atlántico.
Esto representa una tasa de mortalidad sin precedentes del 16,7%, que aumenta de año en año.
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La causa: enfermedades (del páncreas, de las branquias, del corazón, etc.), pero también de lesiones provocadas durante las operaciones destinadas a eliminar los piojos de mar, parásitos que se alimentan de su huésped.
“La muerte de animales es un desperdicio de vidas y recursos”, señala Edgar Brun, jefe de la división de salud y bienestar de los peces del Instituto Veterinario Noruego.
“También tenemos la responsabilidad moral y ética de garantizarles las mejores condiciones posibles”.
No siempre es agradable
El salmón que muere prematuramente suele procesarse para obtener alimento animal o biocombustible.
Pero, según los medios noruegos, podría ser que pescados que estaban enfermos en el momento del sacrificio, o incluso ya muertos, acaben en los platos, a veces bajo la etiqueta de “superior”.
“Veo pescado a la venta que yo no comería”, declaró en noviembre en el canal NRK la ex responsable de calidad de un matadero, Laila Sele Navikauskas.
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Según los expertos, su consumo no supone ningún riesgo para la salud humana.
“Los patógenos comunes que causan enfermedades en el salmón no son transmisibles a los humanos”, asegura Edgar Brun.
Pero estas revelaciones dañan la imagen cualitativa que el sector intenta establecer.
“Si compras carne en una tienda, te parecerá evidente que procede de un animal sacrificado correctamente y no de un animal que yacía muerto fuera del establo”, afirma el especialista en salud de peces Trygve Poppe.
El año pasado, la Autoridad Noruega de Seguridad Alimentaria detectó irregularidades en las granjas en una de cada dos inspecciones: en particular, se exportaba ilegalmente pescado con lesiones o malformaciones.
Por razones de reputación, sólo se autoriza la exportación de salmón de calidad superior u ordinaria.
El pescado de menor calidad, que constituye una parte cada vez mayor de la población, sólo puede venderse en el extranjero después de su transformación, cortado en filetes, por ejemplo.
Las apuestas son altas. Las exportaciones de salmón le reportaron a Noruega unos 10 mil millones de euros el año pasado, y los 1,2 millones de toneladas vendidas representaron el equivalente a 16 millones de comidas diarias.
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Cuestión de confianza
Para Robert Eriksson, director de la organización Sjømatbedriftene, que representa a los pequeños productores, generalmente considerados más virtuosos, las discrepancias observadas entre algunos obtentores son “totalmente inaceptables”.
“Vivimos de la confianza”, dice.
Tomar atajos “es como orinarse en los pantalones: sólo te calienta por un momento”, añade. “Entonces somos castigados por el mercado y el impacto económico es mucho mayor que los pocos kilos de más que habremos vendido”.
Sjømat Norge, la asociación que representa a los grandes grupos acuícolas, los más señalados, afirma que se está movilizando pero que pide tiempo.
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“En promedio, se necesitan tres años para criar un salmón”, subraya su director, Geir Ove Ystmark. “Por lo tanto, hoy es difícil ver resultados inmediatos, a pesar de que hemos lanzado toda una serie de iniciativas y medidas”.
El problema es precisamente la velocidad de cría de los peces, según Trygve Poppe, crítico de las “terriblemente malas condiciones de los animales”.
“El salmón está sometido a estrés durante toda su vida, desde su eclosión en agua dulce hasta su sacrificio”, argumenta este exprofesor de la Facultad de Veterinaria, que afirma haber dejado de comprar salmón de piscifactoría.
“Por ejemplo, durante la primera fase en agua dulce, manipulamos la luz y la temperatura para que crezca lo más rápido posible: en la naturaleza, esta fase dura de dos a seis años. En la reproducción, es entre seis meses y un año”.
Más allá de consideraciones éticas, reforzar el bienestar animal responde a una lógica económica: 63 millones de salmones que mueren antes de tiempo significan casi 2.000 millones de euros en ingresos perdidos.
Según Truls Gulowsen, líder de Naturvernforbundet, la rama noruega del movimiento Amigos de la Tierra, el aumento de la mortalidad se debe a una excesiva “industrialización”.
“Hemos creado genéticamente un pez de piscifactoría que tiene pocas habilidades de supervivencia y muere por una combinación de estrés y genes malos porque fue seleccionado para crecer lo más rápido posible y sufrió un cambio abrupto en su dieta”, dijo.
Seguimiento de mejoras
Sjømatbedriftene pretende reducir la mortalidad a la mitad de aquí a 2030, y el gigante Salmar ha invertido más de 40 millones de euros para trabajar en esta cuestión.
Entre las vías mencionadas se encuentran el aumento del espaciamiento de las granjas acuícolas y las nuevas tecnologías, en particular las llamadas instalaciones cerradas donde se filtra el agua.
Esta tecnología ayudaría a proteger contra los piojos de mar, pero es más cara.
El gobierno enfatiza la responsabilidad de los criadores de respetar las regulaciones.
“No todos los productores presentan la misma tasa de mortalidad, es posible reducirla”, señala el secretario de Estado del Ministerio de Pesca, Even Tronstad Sagebakken.
Según él, dos textos en preparación, uno sobre el bienestar de los animales y otro sobre la explotación de los mares, deberían contribuir a ello.
Mientras tanto, la Autoridad de Seguridad Alimentaria dice que todavía recibe informes de que salmón de calidad inferior sigue saliendo del país.
