EL EDITORIAL DE FÍGARO – Más allá de los daños al patrimonio causados por actos criminales, la situación dice mucho sobre el preocupante deterioro del sentido de lo sagrado en nuestro tiempo.
Una iglesia arde en llamas en Saint-Omer, cuatro años después de la catedral de Nantes. Aquí, el robo de una estatua; allí, el robo de un sagrario. Las noticias se suceden, espectaculares o no. Forman parte de una misma constatación: las iglesias se han convertido en blanco de ataques en Francia.
¿Cuál es el móvil de estos actos? La justicia tiene que investigar y esclarecer el asunto: se trata de delincuencia, trastornos psiquiátricos, embriaguez y, a veces, también de comportamientos abiertamente anticristianos. Lo que es cierto es que, a la vista de las cifras que da el Ministerio del Interior, estamos lejos del saqueo de baúles de los muertos.Un feligrés divertidoUna película cuya benignidad nos hace sonreír hoy.
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Las iglesias son lugares vulnerables. No son palacios nacionales, ni estaciones de tren, ni museos. Son sencillas casas del pueblo de Dios, suntuosas o modestas, no tienen –salvo excepciones- guardias ni cámaras de vigilancia. ¿Falta de medios? Seguramente…
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