Luis Miguel Pascual
París, 23 dic (EFE).- A uno y otro lado de los Pirineos el franco-español Manuel Valls ha demostrado una adición irrefrenable por la política que le ha llevado a ser desde primer ministro socialista en Francia a candidato a la alcaldía de Barcelona en una formación sustentada en Ciudadanos.
Ahora, cuando parecía que la primera línea de la política se había acabado para él, da de nuevo un salto para convertirse en el ministro de Ultramar en el Gobierno del centrista François Bayrou, bajo los auspicios del presidente Emmanuel Macron.
A sus 62 años, doce después de haber fracasado en su intento de ser el candidato socialista al Elíseo, seis más tarde de su abortada conquista del Ayuntamiento de Barcelona, Valls ha acabado por abrir la puerta que le cerró, una y otra vez, el actual presidente.
El político nacido en Barcelona pero criado en Francia, forjado en el socialismo de forma precoz, con una carrera que inició en el municipalismo, afronta ahora una nueva aventura en el incierto Ejecutivo de Bayrou, que con frágil apoyo trata de abrirse camino en el convulso panorama francés.
Será uno de los pesos pesados de Bayrou ante la imposibilidad de abrir su Gobierno a otras corrientes más allá del centro y la derecha, los mismos cimientos que sustentaron al de su antecesor, Michel Barnier, que fue el primer ministro el más breve de la V República con solo tres meses de duración.
Nacido en el barrio barcelonés de Horta en 1962, hasta los 20 años no obtuvo la nacionalidad francesa.
Una de sus frases favoritas -que le encanta repetir cada vez que puede- es que él “aprendió a ser francés”. Esas palabras condensan sus principios más enraizados: voluntarismo, pragmatismo, republicanismo.
Primer ministro entre 2014 y 2016, con François Hollande en la presidencia, abandonó el cargo para lanzarse a la carrera por el Elíseo, el mayor fracaso de su carrera. Ni siquiera logró superar las primarias de su partido, derrotado por Benoit Hamon, lo que le llevó a traicionar a su familia política y apoyar a Macron.
Se refugió en España, donde aspiró a la alcaldía de Barcelona, que tampoco consiguió alcanzar en 2018, aunque allí tomó la decisión de dar el bastón de mando a la izquierdista Ada Colau en detrimento de los nacionalistas.
Una señal de sus convicciones. A los 15 años, recuerda Valls, ya había participado en su primera manifestación. Irónicamente, se trató de la histórica Diada de 1977, donde un millón de personas reclamaron un Estatut.
Por su hogar familiar, en el bohemio barrio parisino del Marais, desfilaron grandes personajes de la cultura y el arte que habían trabado amistad con su padre, el pintor catalán Xavier Valls, y su madre, la suiza Luisangela Galfetti.
Asumió con naturalidad su triple cultura francesa, española y catalana hasta que a los 16 años, al ir a retirar su tarjeta de residencia y sufrir un “interrogatorio” en la comisaría, “comprendió” que no era francés pese a vivir en ese país desde niño, según reconoció en una entrevista con el diario Le Parisien.
Siendo todavía adolescente se afilió al Partido Socialista por su simpatía con la línea centrista defendida por Michel Rocard, que contrastaba con el izquierdismo del presidente François Mitterrand.
Tras ocupar diferentes cargos en administraciones municipales y regionales, el primer ministro Lionel Jospin le dio su primera gran oportunidad al hacerle su consejero de comunicación en 1997.
Para entonces ya había ingresado en la masonería, dentro de la obediencia del Gran Oriente de Francia, una militancia a la que renunció en 2005 por sus ocupaciones políticas.
Valls evoca con cariño su periplo como alcalde de Évry, el primer gran cargo que desempeñó como líder político, que le ofreció la visibilidad que ansiaba.
Cultivó allí, en la periferia parisina, los rasgos que le dieron un perfil propio: dureza en la seguridad, exigencia en el laicismo, moderación en la economía.
Su gestión desde 2012 al frente del Ministerio del Interior, nombrado por Hollande, lo puso en órbita como sucesor natural del presidente, quien se vio obligado a recurrir a él como primer ministro sólo dos años más tarde, cuando sus índices de popularidad comenzaban a desplomarse.
Pero no pudo evitar verse arrastrado por la caída de Hollande y por el ascenso de Macron, que acabó por absorber su espacio político.
Tras su aventura barcelonesa había desaparecido de la primera línea, aunque aparecía con frecuencia como tertuliano televisivo, siempre defendiendo sus valores de orden e izquierda moderada, aunque ya nunca recobró contacto con el partido que le llevó alto en Francia. EFE
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