Hay una pregunta fundamental en la búsqueda de nuevas capacidades de IA: ¿quieren los humanos que los robots se apoderen de ciertos dominios o no?
Está muy bien que los robots recojan la basura, a menos que seas un recolector de basura que quiera un sueldo. Lo mismo ocurre con las tediosas tareas de asistente legal, o la entrada de datos, o incluso la codificación, o cualquier cosa que el resto de nosotros haga para ganar dinero. En otras palabras, la automatización es apasionante y liberadora, a menos que nos esté privando de nuestro sustento.
La tensión entre el progreso tecnológico y el valor humano en el lugar de trabajo está llegando a un punto crítico. Mientras que las revoluciones industriales anteriores remodelaron principalmente el trabajo manual, la revolución de la IA de hoy apunta a las tareas cognitivas que alguna vez pensamos que eran exclusivamente humanas. Este cambio desafía fundamentalmente nuestra forma de pensar sobre el trabajo, las habilidades y el propósito humano.
En una reciente charla TED, Tejas Kulkarni mencionó algunos de estos sentimientos contradictorios mientras hablaba de la próxima ola de avances en IA. “¿Quién hubiera pensado que después de millones de años de evolución terminaríamos pasando la mayor parte de nuestro día frente a las pantallas de computadora?” preguntó retóricamente, señalando que muchos de nosotros pasamos la semana laboral realizando tareas digitales. “A nadie realmente le gusta hacer esto”.
Sugirió que podemos relajarnos con respecto a la automatización. “Voy a pintar una historia de por qué esto es lo correcto para la humanidad”, dijo, aunque admitió que todo esto es, según sus palabras, un arma de doble filo, y agregó: “Va a suceder de todos modos.”
El alcance del cambio que se avecina es asombroso. Los videojuegos que actualmente requieren cientos de personas y años para crearse podrían automatizarse en gran medida para finales de esta década. Los ingenieros podrían simular complejos motores a reacción y fábricas enteras mediante IA, reemplazando potencialmente lo que tradicionalmente exige una década de aprendizaje profesional para dominarlo. Estas no son meras mejoras en la eficiencia: representan un cambio fundamental en la forma en que adquirimos y aplicamos experiencia.
Los estudiantes humanos como prototipo
El camino para comprender este futuro podría pasar por algo tan sencillo como enseñar a escribir a un niño. Kulkarni compartió su experiencia al ver a su hija trazar letras a lo largo de líneas de puntos, observando cómo los jóvenes estudiantes trabajan a través de la imitación hacia la maestría. “La creatividad comienza desde una edad muy temprana”, señaló. “Si simplemente dejas que los niños exploren y se diviertan, tomarán las herramientas más simples y se volverán creativos… La creatividad se trata fundamentalmente de herramientas y de cómo se usan las herramientas, y esa es la habilidad que los agentes van a dominar”.
Esta simple observación sobre el aprendizaje y la creatividad apunta a una verdad más profunda sobre la interacción persona-computadora. Como explica, es un bucle continuo de entrada y respuesta: los datos entran en la computadora, el software los procesa, las actualizaciones se realizan según la dirección y la salida aparece en la pantalla. Observamos, decidimos qué hacer a continuación y el ciclo continúa.
Cómo se verá
“Todo el panorama informático está cambiando”, explicó Kulkarni, señalando avances revolucionarios en la IA. El futuro que imagina es uno en el que una sola persona podría coordinar un equipo de diez agentes de IA, logrando lo que actualmente se necesita de cien humanos para lograr. Esta multiplicación de la capacidad humana a través de la asistencia de la IA plantea profundas preguntas sobre el futuro del trabajo y el valor humano.
Las implicaciones van mucho más allá de las simples ganancias de productividad. Estos sistemas podrán manejar tareas cada vez más complejas, desde generar simulaciones físicas sofisticadas hasta sintetizar grandes cantidades de conocimiento humano. “Podemos realmente empezar a pensar en algunos de los elementos básicos, los problemas de la biología, desde los primeros principios”, sugirió, “o hacer que los agentes llamen a todo Internet y tomen todo el conocimiento humano y lo hagan accesible”.
El mensaje es claro: delegaremos cada vez más nuestras tareas actuales a la IA. “Abraza al agente”, aconsejó, aunque reconoció el desafío más profundo que esto plantea: “Realmente no hay gloria en realizar una tarea si un agente o un asistente la va a hacer mejor que tú. Es importante interiorizar y apreciar que el universo Es misterioso y hay muchas cosas en las que trabajar”.
Este giro filosófico apunta al corazón de nuestro desafío. En un mundo donde la IA puede superar a los humanos en una gama cada vez mayor de tareas, debemos repensar fundamentalmente cómo obtenemos significado y valor de nuestro trabajo. La revolución industrial finalmente condujo a jornadas laborales más cortas, fines de semana libres y formas de empleo completamente nuevas. La revolución de la IA puede exigir innovaciones sociales aún más dramáticas.
La transformación que se avecina no tiene que ver sólo con la eficiencia o la productividad: tiene que ver con la naturaleza misma de la contribución humana en un mundo mejorado por la IA. Puede que el universo sea realmente misterioso, pero nuestra respuesta a esta revolución tecnológica determinará si ese misterio enriquece o empobrece la experiencia humana. Mientras navegamos por esta transición, debemos asegurarnos de que nuestra búsqueda de capacidad tecnológica no se produzca a costa de la dignidad y el propósito humanos.
La verdadera prueba no será si la IA puede hacerse cargo de ciertos dominios; eso parece cada vez más inevitable. En lugar de ello, debemos centrarnos en cómo remodelar nuestras estructuras sociales y sistemas económicos para garantizar que el progreso tecnológico sirva al florecimiento humano en lugar de disminuirlo. Puede que los robots vengan a por nuestros puestos de trabajo, pero la forma en que adaptemos nuestras nociones de trabajo, valor y valor humano determinará si esta liberación del trabajo se convierte en una crisis de propósito o en un renacimiento del potencial humano.