una película de tablones – Libération

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Crítica

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A pesar de una enérgica Sandrine Kiberlain, el cineasta Guillaume Nicloux firma una película biográfica fuertemente académica.

La película comienza con una (inteligente) trampa, quizás el único momento en el que se cuestiona la cuestión de la representación, de la verdad y la falsedad, en una palabra de la escena. Por tanto, tendremos cuidado de no decir demasiado, salvo que al principio de la película, Sarah Bernhardt muere y muere terriblemente mal.

El cineasta Guillaume Nicloux y Nathalie Leuthreau, que escribió el guión de Sarah Bernhardt, la divina, niegan haber firmado una “biopic”, suponiendo que se han dejado la libertad de “fantasear con ciertas personas blancas en la vida de uno”. La gran tragedia es aquí una mujer libre sobre todo, entera, una mujer que a veces molesta un poco a sus allegados pero que piensa bien (contra la pena de muerte, por el amor). fluido de género antes de tiempo…)

Sin embargo, hay dos hechos ciertos que son el gancho de esta historia. Primero, la amputación de la pierna derecha de la diva, en 1915, que contrasta con la atmósfera de terciopelo, pompones y jarrones de Lalique del apartamento. En el otro extremo, en 1896, la gran jornada de homenaje organizada en el teatro renacentista que le pertenece (pero filmada en la Opéra-Comique) dio lugar a una hermosa y larga escena de fiesta, con todos los cuerpos mezclados. Pero entre estos dos puntos, la puntada del chal bordado queda muy suelta y la gran historia de amor entre Sarah y Lucien Guitry, su alter ego en aquel momento (Laurent Lafitte), no termina nunca. descubrimos

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