Gladiator II es una de las películas más esperadas del año 2024. Después de la primera película de culto estrenada en 2000, esta segunda entrega se alinea con ella y se diferencia de ella. Para nuestro mayor placer.
Veinticuatro años después, este miércoles se estrena en cines la secuela del gran éxito Gladiator. Suficiente para hacer salivar a los amantes del cine, que oscilan entre la emoción por descubrir la secuela de Ridley Scott y el miedo a que empañe su obra.
“Gladiator” (2000) marcó un hito en la historia del cine moderno, del mismo modo que la primera Iron Man revolucionó la película de superhéroes. Su éxito fue excepcional con 45 distinciones (incluidos 5 Oscar) y su fructífera posteridad con la ola de peplums (ficción histórica antigua) que siguió: “Troya” (Wolfgang Petersen, 2004), “Alexander” (Oliver Stone, 2005), “ 300” (Zack Snyder, 2007) o “La última legión” (Doug Lefler, 2007). Sin embargo, ninguno tuvo la misma acogida que “Gladiator”. Actores excepcionales, una historia épica, una potente banda sonora y escenas memorables, todo ello entregado por Ridley Scott en la cima de su juego. Por tanto, el peso de la historia pesaba sobre esta obra y el juego de las comparaciones era inevitable.
Lucius, que se quedó muy joven tras una memorable escena final, ha crecido mucho. Unos veinte años después de la muerte de Máximo, su madre lo envió a Numidia (norte de África), preocupada por su seguridad. La historia comienza cuando Roma viene a conquistar su ciudad, gracias a Marco Acacio. Durante esta batalla condenó a la esclavitud a los prisioneros de guerra, incluido Lucio, quien también perdió a su esposa en combate. Impulsado por una sed de venganza comparable a la de Maximus en la primera película, puede contar con Macrinus, que ha creído en él desde su encuentro, para ganar su caso.
Años después de presenciar la muerte del venerado héroe Máximo a manos de su tío, Lucio se ve obligado a ingresar al Coliseo cuando su país es conquistado por los emperadores tiránicos que ahora gobiernan Roma con mano de hierro. Con rabia en su corazón y el futuro del Imperio en juego, Lucius debe mirar a su pasado para encontrar la fuerza y el honor necesarios para restaurar la gloria de Roma a su pueblo.
Entre la continuidad y la ruptura
El escenario de esta segunda parte es la continuación, unos años más tarde, de la primera historia. Un movimiento brillante por parte de los guionistas, que nos permite mantener un vínculo contextual evidente con el primer Gladiador, al tiempo que renueva casi todo el reparto de la película. Para seguir fiel al universo del primer largometraje, Ridley Scott utiliza a la perfección los flashbacks, que permiten a los nostálgicos de la actuación de Russell Crowe evocar buenos recuerdos. Asimismo, la banda sonora, aunque revisada por Harry Gregson-Williams (discípulo de Hans Zimmer), sigue siendo perfectamente fiel a la primera. Incluso encontramos, no sin cierta emoción, la composición “Ahora somos libres”. Lejos de las dudas expresadas durante la publicación, en el contexto del rap americano, del tráiler.
Pero si el vínculo es evidente, perfectamente simbolizado por el personaje de Lucius, que pasa a ser el protagonista principal en esta nueva parte, mientras que en la primera era sólo secundario, la ruptura se materializa gracias al nuevo equipo de actores. Sólo queda Connie Nielsen, en el papel de Lucila, mientras Paul Mescal, Denzel Washington y Pedro Pascal están ahí para hacernos olvidar las actuaciones XXL de Russell Crowe, alias Maximus, y Joaquin Phoenix en la piel de Cómodo. La complejidad de los vínculos que unen a los personajes de la segunda película, más evidente, la hace igualmente agradable de seguir.
De hecho, Macrinus (Denzel Washington) y Lucius (Paul Mescal), aunque vinculados por su condición de amo y esclavo, forman una relación más profunda y evolutiva a medida que el joven Lucius toma conciencia de su destino. Asimismo, el odio de Lucio hacia Marco Acacio (Pedro Pascal) está ciertamente legitimado por la muerte de su esposa, comandada por Marco Acacio durante una batalla, pero evita cualquier maniqueísmo, este último, lejos de representar un antagonista acérrimo, lo demuestra en muchas ocasiones. de un cierto “humanismo”.
En esta segunda parte, Lucius, considerado el hijo de los gloriosos Máximo y Lucila, su madre le recuerda rápidamente su prestigioso parentesco: “Toma la fuerza de tu padre. Su nombre era Máximo. Y lo veo en ti”, le dijo cuando le contó quién era su padre. En la pantalla, el coraje y el liderazgo demostrados por Lucius no dejan lugar a dudas, ya sea en la arena o durante las batallas, como la escena inicial de la película, que inmediatamente nos sumerge en la acción. Pero mientras Maximus de Russell Crowe estaba impregnado de tragedia, Lucius destaca por su jovialidad y humor, charlando y divirtiéndose con otros esclavos así como con un miembro de la élite. Una elección acertada que encaja perfectamente con Paul Mescal, lejos del perfil de culturista -a pesar de la impresionante metamorfosis física- que uno podría temer para un papel así.
Una película “casi” histórica
Al igual que la primera película, esta obra está llena de escenas clave (duelos, batallas, momentos de genialidad estratégica, tramas…) pero también de diálogos cautivadores. Es imposible no apreciar ciertos retornos a las fuentes con la “fuerza y el honor” o “lo que hacemos en nuestra vida, resuena en la eternidad” escuchado, mientras que nuevos chistes sin duda quedarán en la cabeza de los espectadores. Como estas líneas de Virgilio que recita Lucio: “Las puertas del infierno están abiertas de noche y de día, suave es el descenso, obvio es el camino”, “¿nos atrevemos a reconstruir este sueño?” durante su discurso final, o incluso “donde estamos, no hay muerte”, que a Lucius le gusta decir para motivar a sus tropas.
Y como en toda buena epopeya, la historia del héroe permite sumergirse en la Antigüedad. Geográfico, con un escenario que nos lleva de viaje al norte de África, donde Lucius había estado exiliado, y político, con especial cuidado Ridley Scott en describir este imperio, brillante por fuera, pero debilitado por dentro.
La calidad del vestuario, sólo comparable a la de los decorados, es absolutamente sublime, permitiendo que ciertas escenas aparentemente anecdóticas cautiven al espectador y reforzando una sensación de inmersión que encanta al director. La belleza de algunos planos (el callejón del Obelisco, la puerta de Roma), en particular las vistas aéreas de la capital del imperio, nos hacen olvidar a su Napoleón, que podría habernos decepcionado con su frialdad y su falta de aliento. Por último, también está magníficamente representado el Coliseo, del que se habla mucho ya que concentra muchos enfrentamientos.
Es difícil negar el placer ante esta joya de Ridley Scott, quien supo aprovechar lo mejor de la receta de la primera película para lograr sus fines, añadiéndole un poco más de contraste y espectacularidad.
El único punto en común que pudimos encontrar en su última película Napoléon, y que debería volver a poner los pelos de punta a los historiadores, es su relación con la historia. Entonces, si el Coliseo realmente podía albergar reconstrucciones de batallas marítimas, nunca se habló de que albergara tiburones. Asimismo, ningún gladiador ha domesticado jamás a un rinoceronte para luchar. Unas bromas que perdonaremos a los guionistas, sin duda el precio a pagar para obtener algunas de las escenas más llamativas de la película. En cualquier caso, no hay razón para rehuir el placer de volver a sumergirse en una época que no ha dejado de inspirar el séptimo arte, esta vez para mejor.