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Crítica Fue la última parada de la gira de Mylène Farmer: la proyección de “Nevermore the film” en 500 salas. Un espectáculo que fusiona lo dantesco y lo íntimo para el deleite de los fans del cantante. Allí estaba “Le Nouvel Obs”.
Un mes después de los tres conciertos en el Estadio de Francia, que reunieron a más de 200.000 espectadores, Mylène Farmer concluyó su gira por los estadios y el cine, la noche del jueves 7 de noviembre, con “Nevermore the film”. Una cita ya ineludible para los fans ya que desde 2010 todas las grabaciones de los espectáculos del cantante dan lugar a proyecciones únicas. La última, hace apenas cinco años, fue recibida con la impresionante cifra de 155.000 entradas vendidas, de las cuales 130.000 en Francia (un récord batido en 2024 con un total cercano a las 190.000 localidades). Porque el internacional también está interesado en la bella pelirroja. El jueves por la noche, 500 salas proyectaron “Nunca más la película”, para un total de 533 proyecciones. Francia pero también México, Ucrania, Canadá, España, Australia, Azerbaiyán e incluso Letonia han programado la versión cinematográfica realizada, como siempre, por el fiel François Hanss. Un éxito en todo el mundo para la versión más íntima pero no menos espectacular de este espectáculo dantesco.
Es además en esta paradoja en la que se basa todo el imaginario: logrando fusionar la escala del espectáculo gracias a los vuelos de las cámaras con planos más estrechos del artista pero también de los músicos y bailarines que lo acompañan. El montaje alterna entre inmensidad y proximidad, brindando momentos inesperados de emoción con una formidable sensación de ruptura.
Después de ver el programa cuatro veces y escucharlo varios cientos de veces, pensábamos que nos lo sabíamos de memoria, pero finalmente lo redescubrimos aquí. En particular gracias a la elección de detalles fetichistas, marcos y ejes (magníficas inmersiones en el decorado y en el escenario) que permiten experimentar el vértigo del diseño escénico, su formidable precisión geométrica así como la belleza de las coreografías, una mezcla de Sensualidad cruda y erotismo travieso. Todo adquiere aquí una nueva dimensión, más lírica y mágica, y ofrece a la cantante el escenario que se merece.
Magia de imágenes
Habíamos adivinado a Mylène Farmer feliz en el escenario. Aquí la percibimos alegre, bromista, cómplice y traviesa, jugando con su voz con una autoridad que no siempre sospechábamos y murmurando silenciosamente gracias que encajaban perfectamente con sus ojos brillando de placer. Hasta el último segundo (sí, no era necesario irse antes del final), Hanss juega con la gracia frágil (pero al final no tanto) del artista, de este cuerpo perdido en un espacio que podría engullir pero que conquista con un paso seguro y elegante. Entre esta delicada silueta (provocada por una explosión de destellos gracias al vestuario del diseñador Olivier Theyskens) y las proyecciones de vídeo que se mueven en el fondo, esculpe líneas de perspectivas profundas que provocan emoción. Especialmente durante la interpretación de la canción “Que l’aube est belle”, una de las magníficas creaciones de Woodkid para su último álbum.
Mylène Farmer abandona entonces la intimidad suspendida y abrumadora de una voz de piano (junto a Yvan Cassar, fiel cómplice) de la que tiene el secreto para venir a perderse en la catedral en ruinas que le sirve de escenario principal, para luego sumergirse en una atmósfera trágicamente asfixiante. rojo. Un momento electrizante realzado por una creación en vídeo de Woodkid. Un momento magníficamente reinventado por el director, donde la cantante vuelve a rechazar a sus imitadores para abrazar el espacio desproporcionado, abrazar a sus fans y desmaterializarse en un país de hadas de imágenes. Lo único que lamentamos fue que cuando salimos de la habitación, nos enteramos de que la estrella había hecho una breve aparición en el Grand Rex (donde obviamente no estábamos). Éste será el único, el éxito de “Nunca más la película” consolándonos por este encuentro perdido.