Sometida al inexorable paso del tiempo y a la implacable mirada masculina, Elisabeth se desploma bajo el peso de la belleza mercantilizada. En The Substance, se abandona a un fluido maleable, una frágil metáfora de los artificios modernos: cosméticos, cirugías, filtros digitales. Este material tangible, promesa efímera de esplendor eterno, se convierte en dependencia y veneno. Cada dosis lo modifica, convirtiéndolo en un espejo de los dictados sociales, donde la ilusión de perfección es sólo una lenta disociación.
Al consumir su propio reflejo, genera un doble: una criatura inhumana, una imagen invertida que, de un sueño de belleza, se convierte en una alegoría de pesadilla del horror corporal, magnificada aquí por una vívida paleta pop. En la línea del “cuerpo grotesco” literario, Elisabeth encarna la deriva de un ideal que se ha convertido en prisión, una identidad remodelada hasta el punto de la alienación.
Esclavizada así por la imagen que ha creado, Elisabeth se vuelve parásita de su propio monstruo, consumida por sus propias aspiraciones excesivas.
El deslumbrante pop de The Substance actúa como señuelo y oculta la brutalidad de una norma que devora singularidades, marcando una evolución natural de la narración visual. Implícitamente, la sombra de Cronenberg, (pero no sólo) donde lo sublime y lo grotesco se entrelazan en una sinfonía de carne y miedo.
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