José Luiz Cambronero cuenta en voz alta. “Cuatro, cinco, no seis, con la señora de allá. » Estos son los muertos en su calle. Sus vecinos arrastrados, aplastados, aplastados, ahogados por la ola de agua, barro, maderas, metales de todo tipo, electrodomésticos, piedras, bloques de hormigón, trozos de alquitrán y coches que arrasó la ciudad de Paiporta (España), 25.000 habitantes, la noche del martes 29 de octubre al miércoles 30 de octubre, causando inmensos daños y matando al menos a 62 personas en la localidad, o casi un tercio del total de víctimas registradas en la Comunidad Valenciana (155).
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José Luiz Cambronero tiene 66 años y nunca había vivido una situación tan desesperada. Él mismo escapó en el último segundo. Estaba con su hija y sus dos nietos de 7 y 10 años. El agua, que subió en pocos minutos, bloqueó las puertas de las casas desde el exterior. Los adultos de la familia hicieron una cadena para cargar a los niños, sacarlos por la ventana y llegar hasta la ventana de un vecino, un poco más alta. Quienes tenían puertas de seguridad de acero en la planta baja no pudieron salir. Tampoco las personas demasiado mayores, que abundan en esta localidad del extrarradio del sur de Valencia.
Los resultados son terribles a escala de municipio y de aglomeración. También es provisional: el jueves por la tarde se seguían sacando cadáveres de sótanos y garajes, mientras las autoridades seguían registrando decenas de personas desaparecidas. Es posible que algunos de ellos hayan sido arrastrados al mar.
Pero en realidad es un milagro que el daño humano no haya sido aún mayor. La violencia de la inundación provocada por las lluvias excepcionales río arriba, la fuerza de las aguas que caían de las colinas, la altura de la ola, que alcanzó los dos metros en toda la ciudad, podrían haber arrastrado a más personas.
Los habitantes hablan de actos de valentía y de todas esas vidas que pendían de un hilo, de una cuerda, de una mano tendida, de una puerta abierta. Vicente Carrión, de 35 años, otro vecino de esta calle maldita de esta ciudad maldita, estaba hablando por teléfono con su esposa, que conducía a su hija de 6 años. Su auto comenzó a ser arrastrado por las olas, Vicente corrió, nadó, agarrándose como pudo y llegó al vehículo, rompió un vidrio, sacó a su esposa y a su hija. Pudieron refugiarse en un edificio.
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