A principios de agosto tomé un avión rumbo a Buenos Aires. Salgo de París sobre las 23:00. Es verano. Catorce horas después aterrizo en Buenos Aires, alrededor de las 8:00, y es invierno.
Para llegar al centro de la ciudad tengo que cambiar euros en una oficina de cambio de moneda. Por primera vez en mi vida soy testigo de un milagro: el milagro de la multiplicación de los billetes. Por un billete de 100 euros recibo cien billetes de 1.000 pesos, que no caben en mi cartera. Me siento rico. Pero en realidad no lo soy. Tengo que dejarle un tercio de este dinero al taxista que me lleva al centro.
Un aumento total de precios
Desde mi última estancia en Buenos Aires, hace apenas ocho meses, los precios han aumentado exponencialmente. La tasa de inflación anual es del 263%. Cien veces más que en Francia. En el supermercado, una anciana que no conozco me habla para quejarse de la subida del precio de la leche, en un país que todavía tiene 1.486.248 cabezas de vaca para una población de 46.000.000. de habitantes. Mis amigos también hablan sólo de la aceleración de los precios. Esta monotonía no carece de ventajas. Al hablar de lo mismo todo el tiempo, abordamos nuevos temas que nunca antes pensamos abordar. Por ejemplo, ¿cuánto nos costó el tomate que estamos comiendo en una ensalada, o cuánto pagamos por la última factura de la luz, que aumentó un 700%? Los números, que hacen girar el mundo, también me hacen girar la cabeza. ¿Qué hay detrás de estos números?
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Una situación económica que parece una pesadilla
Se supone que los números miden objetivamente los hechos. Pero los hechos no pueden medirse completamente con números. Siempre queda un resto inconmensurable. En el centro de estas pistas hay un núcleo de tonterías del capitalismo, que el aumento de los precios en Argentina expone de manera cruel, como magnificado por una lupa. El letargo de la economía engendra monstruos.
En Argentina a este monstruo se le llama, entre otros nombres, inflación. Los precios son una ficción. Argentina es un desastre. Cada vez que se satisface un deseo, éste se reduce hasta desaparecer.
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