CRÓNICA – Con una mezcla de rebelión y modestia difícilmente contenida, nuestro cronista literario pinta el retrato de su padre, el hombre que importó la profesión de cazador de cabezas a Francia.
A su misa fúnebre, la que se celebró en Saint-Séverin en el otoño de 2023, acudió todo París, pero menos homogéneo que el que habitualmente designamos con estos dos términos. Era un mundo grande y heterogéneo, que atestiguaba los diferentes universos en los que gravitaban Jean-Michel Beigbeder y sus dos hijos, Charles y Frédéric.
Además de los miembros y amigos de la familia, ese día estaban presentes numerosos escritores, de Michel Houellebecq a Yann Moix, pasando por Éric Neuhoff, editores como Olivier Nora, director general de la casa Grasset, donde Frédéric Beigbeder ha publicado la mayor parte de sus libros, jóvenes y brillantes empresarios de la neteconomy vinculados a Charles Beigbeder, canónigos de Sainte-Marie de Lagrasse, a quien los dos hermanos conocen bien. Sin olvidar a los amigos de toda la vida, desde Fabrice de Rohan Chabot hasta Guillaume Rappeneau.
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